domingo, 30 de junio de 2013

"DEL MIÑO AL BIDASOA" SERIE DE TELEVISIÓN RODADA PARCIALMENTE EN PORTUGALETE



La entrada de hoy está dedicada a uno de los  reportajes realizados por TVE hace tres décadas basados en una obra del Premio Nobel Camilo José Cela,  siendo filmado  uno de los mismos  en Portugalete.

El autor de esta entrada es Armando Cruz, administrador del Blog http://km-130.blogspot.com.es , una interesante bitácora que animo a visitar,  el cual previa solicitud de reproducción, ha autorizado la misma en este blog.

La entrada es un concienzudo trabajo  basado en uno de los capítulos de la serie televisiva “Del Miño al Bidasoa” en la que el autor ha recorrido los mismos parajes que visitaron los protagonistas de la serie, comparando la fisonomía de los escenarios filmados tres décadas atrás con su actual fisonomía.  

He recogido de manera literal todo el texto realizado por Armando, ilustrándolo con las imágenes filmadas en nuestra localidad.

Como es norma habitual de este blog, además de solicitar el permiso del autor, ya se sabe que está muy feo apropiarse de contenidos e imágenes de otros blog o de obras sin publicar sin el permiso de sus autores, al final de estas líneas inserto el enlace a la entrada original para todos aquellos que deseen leerla en su formato primitivo.

Indicar que el autor inserta los enlaces a la página de RTVE para todos aquellos que quieran visionar los capítulos de esta serie.

Agradezco enormemente tanto la colaboración de Armando como la predisposición y facilidades del mismo en la reproducción de este artículo, algo que merece ser destacado.

Sin más paso a reproducir este trabajo esperando que el mismo guste.   





Silencio, se rueda. Del Miño al Bidasoa.

No se puede separar el camino de las historias de viajeros, sean del tipo que sean. Nuestra ruta transcantábrica no podía ser menos. La mayoría de ellos han sido anónimos. De aquí para allá. De corto o largo recorrido. Casi todos con un fin, ocioso o industrioso. Uno de ellos, puede que sea insospechado para muchos. Se trata de Camilo Jose Cela  y Trulock (Iria Flavia 1916, Madrid 2002). El autor de obras como "La familia de Pascual Duarte" y "La colmena", cultivó también el género de viajes. No eran sus viajes a lugares remotos ni exóticos, se trataba de viajes a pie por la España rural de la postguerra. Así pues nos encontramos con obras como "Viaje a la Alcarria" o la que nos ocupa: "Del Miño al Bidasoa".

Al final de su vida, Don Camilo, se prodigó en apariciones públicas. Recuerdo especialmente su aparición en la película "La Colmena" donde encarnaba a Matías Martín, inventor de palabras. O aquella famosisima entrevista con Mercedes Mila, en la que confesó su habilidad aspiratriz. O aquellas tertulias de sobremesa. O los anuncios de una guia turística en la que varios lugareños le ofrecían platos típicos (por lo menos, caldereta, pulpo y gachas), a lo que él respondía con un rotundo "hace" o "venga".

"Del Miño al Bidasoa. Notas de un vagabundaje". Narra el viaje a  pie que hace un vagabundo, desde el Miño, en la raya con Portugal, hasta el Bidasoa, en la raya con Francia, a través de Galicia y las comarcas cantábricas. Y ahí acaba su argumento, que el lector no espere más sobresaltos narrativos. El vagabundo, es una manera de llamarse al propio Don Camilo, quien realizó en realidad el viaje. En parte se acompaña de Dupont, otro vagabundo con pretensiones profesionales en el campo de la fabricación de molinillos de papel. Ambos van caminando sin prisa, contemplando el paisaje, sin más necesidades más allá de encontrar algo de comer y un lugar donde echar un sueño. Reivindicando la figura del vagabundo y el holgazán sin estridencias, con humildad, sin la hidalguía que concede la holgazanería cuando se ejerce con espíritu revolucionario y antisistema. Yo, personalmente, me uno a esta alabanza de la indolencia, aunque sea por huir de este mundo ajetreado y laboralista, donde sólo un esfuerzo por dinero tiene prioridad, prestigio y admiración. Y reniego del significado peyoratívo del término. Quizás la revolución deba venir a través de personajes como estos.

A través de su periplo, el vagabundo y Dupont admiran no sólo los incomparables paisajes cantábricos, también a un rosario de personajes que son como una rara piedra encontrada en medio del barro del camino. Con la mayoría de ellos los protagonistas comparten liturgicamente mesa (o cuneta) y viandas. La comida, esa gran necesidad, que para nuestros viajeros es la única, y que tiene un protagonismo también único a lo largo de la obra. El disfrute que exhiben por el alimento sólo es comparable con la sensación de libertad que transmiten al librarse del resto de las necesidades.

Prólogo de "Del Miño al Bidasoa".

Don Camilo debió de realizar el viaje a principios de los años 50 (La novela se publicó en 1951). Parece que ensalzando los paisajes de la geografía española y esquivando controversias políticas y morales, no tuvo problemas con la censura. Y eso que los personajes destruían el mito del ciudadano trabajador y hogareño y estaban mas fuera que dentro del sistema. Aunque claro ¿que se tendría que haber hecho entonces con Don Quijote y con el Lazarillo de Tormes?.

Por todo ello y porque el autor (o sus personajes) a buen seguro que transitaron por la transcantábrica N-634, y por supuesto por nuestro Km 130, he traído esta obra a este blog. Intentando hacer un recorrido por los lugares referenciados en el tramo que tenemos más cerca, de la mano del Vagabundo y Dupont.

Pero una cosa más, el lector se preguntará: ¿por qué se titula esta entrada "Silencio, se rueda"?. Da la casualidad de que "El Miño al Bidasoa" fue llevada a la televisión en forma de serie. La serie constaba de cuatro capítulos correspondientes a las cuatro comunidades autónomas que recorrían.

"Del Miño al Bidasoa" fue emitida por Televisión Española entre el 11 de noviembre de 1990 y el 2 de diciembre del mismo año. La dirección corrió a cargo de José Briz. Los principales personajes fueron encarnados por el actor Nicolás Dueñas en el papel del vagabundo y el inefable José Antonio Labordeta, en el papel de Dupont.




Desde que Don Camilo hizo el viaje y escribió la novela, hasta que se rodó la serie de televisión, se han sucedido muchos cambios que se verán reflejados. En nuestro tramo, se ha construído una autopista y además ha aumentado enórmemente el tráfico rodado, por lo que hoy en día es muy difícil hacer este camino con la misma dosis de tranquilidad. Sin embargo, los lugares son plenamente reconocibles, tanto desde la novela como desde la serie de televisión. La serie intentó ser lo más fiel con la novela y con la realidad. Como se hizo en vida del autor, suponemos que tuvo su aprobación.

A continuación vamos a hacer un repaso del tramo Castro-Urdiales-Bilbao. Un fragmento del camino de unos 40 kilómetros. A caballo entre dos capítulos. He entresacado algunos párrafos del libro y he intentado localizar los exteriores de la serie de televisión. Aquí está el relato no ordenado de esta parte del viaje, comparando los fotogramas de la serie de 1990 con el aspecto actual 23 años más tarde.

Comenzamos cuando Dupont y el vagabundo se acercan a Castro Urdiales por el camino de Allendelagua, actual N-634.

CAPÍTULO DECIMOQUINTO

DESOLLANDO EL RABO A SANTANDER

"Después de las imaginaciones marineras de Dupont, y de los sustos, las curiosidades y los sobresaltos del vagabundo, los dos hombres, al cabo de la noche que pasó sobre ellos casi como un tembloroso suspiro, volvieron a dejar la mar a babor para meterse por el camino de Castro-Urdiales, que también puede ser el camino de Roma, la ciudad adonde todos los caminos llevan (...)"

"De Islares a Castro-Urdiales el camino costea la punta del Rabanal y el paraje llamado de los Caballeros Templarios, que por aquellas tierras tuvieron un castillo. La mar, ante la vista, aparece inmensa y dilatada. La costa más próxima, la rocosa Inglaterra del Cornualles, queda más allá, mucho más allá del horizonte."

"Castro-Urdiales tiene buen nombre y fama cumplida de puerto acogedor para el navegante que, cuando la fuerza de los vientos o el estado de 'la mar no le dejan entrar ni en Santander ni en Santoña, se mete en estas aguas de recalada y diciendo, sin equivocarse, el viejo «A Castro, o al cielo», que nunca le deja mentir. Los vascos, hace años, emigraban a Castro-Urdiales, al que tenían por un Eldorado y un emporio de riquezas. Del que iba a Castro-Urdiales decían sus paisanos: Lan ihessí Krastora han ere iakia bera estator aora, que quiere decir: «Va a Castro escapando del trabajo, pero allí no le vendrá sola la carne a la boca.»"

"Deben de ser ya las tres de la tarde, quizás algo más, y el calor aprieta, aunque sin ahogar; como Dios, según el refrán. -¡Aprieta! -Sí, pero no ahoga. Por las calles de Castro-Urdiales, a estas horas, no se ve ni un solo veraneante de manga corta, ademán optimista y pantalón blanco. Los veraneantes suelen ser gente metódica, bien organizada, puntual, llena de orden y buenos principios y observadora de las sanas costumbres. No es difícil explicarse que los veraneantes sean así como son y no varíen, de un modo apreciable, de un año para otro; el veraneo es un deporte caro, y las gentes, puestas ya a gastarse sus ahorros, tratan de sacarles el mayor partido posible, y, además, ¡qué contra!, hacen bien. Ir de veraneo para no tostarse como piñones, ni bañarse como pescadillas, ni dormir la siesta como alcaldes, es algo que no se debe hacer, y que los veraneantes tienen buen cuidado de cumplir a rajatabla. A Dupont y al vagabundo no les va bien la vida de los veraneantes, y por eso no la hacen, quizá porque, aunque quisieran, tampoco tendrían posibles para hacerla. Pero Dupont y el vagabundo, que son de temperamento liberal, tampoco se extrañan de que los veraneantes la hagan. Después de todo, a los veraneantes tampoco les parece mal que Dupont y el vagabundo lleven la vida que llevan, y si les parece mal, se lo callan, que ya es bastante y no hay por qué pedir más."

"Al pasar Mioño, aún en tierras santanderinas, se suben las empinadas cuestas de Saltacaballos, con la mar allá abajo, rompiéndose, no muy dura, contra la costa. De Mioño sale un ramal de la carretera que, cruzando la vía del tren, va a Los Corrales, frente al campo de Ventosa. Por Ontón, el camino deriva un poco hacia el sur, o mejor hacia el sudeste, y al terminar las cuestas, termina la provincia. De Ontón también sale una desviación que va hasta Otañes, al  lado de Los Corrales."





Aquí, nuestros personajes dicen adiós a Cantabria y afrontan su entrada en Vizcaya sin mucho entusiasmo. Según ellos, en Vizcaya hay muchas fábricas y el trabajo se respira en el ambiente, algo que no les agrada demasiado.

"Santander y Guipúzcoa, que ya le llegará cuando le toque, se parecen, hasta cierto punto y más o menos, a Galicia. Asturias es como una Galicia o una Guipúzcoa de altos y escarpados montes, y Vizcaya, que es Bilbao y un montón de fábricas una detrás de otra, es aparte y diferente de todas: de otro color, de otro ambiente, también de otra intención. El vagabundo, al pisar Vizcaya, piensa que aquello no le va a gustar. En Vizcaya hay demasiada riqueza a la vista, demasiada industria y mucho más orden del necesario para que el vagabundo pueda sentirse bien y a gusto. Probablemente, todo esto es mejor y más conveniente para Vizcaya, pero el vagabundo, por lo menos, sabe que él no es buen barómetro para medir estas cosas y así lo confiesa. Dupont, quién sabe si por espíritu de hermandad, va pensando en algo muy parecido, aunque tampoco lo dice.

-¿En qué iba pensando usted?
Dupont fingió un gesto evadido.
-¡Psché! En vaguedades, ¿y usted?
El vagabundo agradeció mucho el gesto evadido que había puesto Dupont.
-Pues yo:..Eso, vaguedades..."

A partir de este momento los caminantes entran en Bizkaia. La serie se rodó en el barrio de San Julián, en Muskiz, en el Valle de Trápaga, Portugalete, Zorroza y Bilbao. Con las fábricas como constante referencia, el realizador se fijó en industrias que a buen seguro no existían al paso de Don Camilo, pero le debieron parecer más aparentes para ilustrar la serie.

CAPÍTULO DECIMOSEXTO

FÁBRICAS POR TODAS PARTES Y UN VINATERO EN PLENCIA.

"El vagabundo piensa que la industria es algo que tiene escasa defensa, algo que hay que tolerar porque es necesario y útil para los demás, pero no por ninguna otra razón. El vagabundo, entre vivir sin industria, más tranquilo pero menos cómodo, o con ella, menos incómodo y más desasosegado, piensa que es mejor lo primero. Si no, no sería vagabundo: sería, en vez, perito agrícola, o registrador de la propiedad, o ferretero. 

El vagabundo piensa también que las dos posturas tienen, evidentemente, sus defensores y sus enemigos, y que a ninguno de los dos puntos de vista les falta, como siempre pasa, su parte de razón. La verdad es que los hombres no han conseguido todavía una sola idea que no tenga ninguna razón; a la humanidad le falta aún mucho camino por andar. El vagabundo, que es, sin haber tenido en ello arte ni parte, un viejo occidental, antepone, ¡y qué le va a hacer!, la calma a la mecánica, aunque, sabe bien que sus ideas, si es que esto son ideas, están llamadas a ser no más cosa que históricas y enmohecidas piezas de museo; el mundo, cada día que pasa más cercano a su aburrido fmal, tiende hacia las máquinas y las estadísticas, aun a trueque de olvidar los bellos nombres de las estrellas, la delicada color de las florecillas silvestres y el sabor del aire cuando Dios amanece· sobre el campo abierto. ¡Qué le vamos a hacer!"

A partir de aquí, los caminantes prosiguen dirección Bilbao por la N-634. Pasan por Nocedal ("Noceda"), donde se encuentran a unos poco amigables niños.

"En Noceda un grupo de niños no consigue divertirse mientras juega con unos palitos al borde de la carretera. Cuando el vagabundo pasa, sonríe, casi como un patriarca pobre, y les dice adiós.





Los niños, cuando el vagabundo los saluda, porten un gesto de sorpresa, le miran como si fuera un ser caído de otros mundos, y no le contestan. Son unos niños extraños estos niños de Noceda; unos niños serios y conservadores, unos niños de aire pensativo, llenos de responsabilidad y, probablemente, de proyectos para el futuro. El vagabundo hubiera preferido sentarse a jugar con los niños de Noceda, explicarles que también con unos palitos uno se puede divertir la mar, y contarles, poniendo el ademán de hinchado y la voz misteriosa, bonitas y fabulosas historias que son mentira de los pies a la cabeza, pero que reconfortan las almas y dan una insospechada vida a los sentidos. Pero el vagabundo tuvo que renunciar a hacerlo porque los niños de Noceda en seguida se echaban de ver que no eran partidarios de los hombres que iban de camino sin cédula personal y con la barba crecida. ¡En fin!"

"Por San Salvador del Valle, el vagabundo se cruza con una vacas blanquimarronas y circunspectas, de muy buen ver, y con unas señoras que vienen, cargadas de paquetes que guardan en redes de nylón, y que van montadas en unas bicicletas relucientes con farol, bombín, carterita para la herramienta y cambio automático en el piñón."

En la serie de televisión el episodio de los niños de Nocedal fue recreado en el Valle de Trápaga y los niños, de jugar con unos palos, pasaron a jugar con una caja de cartón.

"En aguas de Portuga1ete, y casi al alcance de la mano, están los destructores «Jorge Juan» y «Sánchez Barcáiztegui», recortando sus bélicas y plomizas siluetas sobre el caserío abigarrado y bullidor de la otra banda, sobre los chalets y las tiendas y las casas de Las Arenas. El vagabundo, entre tranvías que van y vienen, autobuses que vienen y van, y gentes que no se quedan y que se afanan, como hormigas, de un lado para otro, añora sus horas de campo abierto y monte coronado y sus paisajes de mínimas flores solitarias, triste ganado lleno de resignación, y el sol, como el amo de todo, columpiándose indolente, coqueto y gallo, entre dos nubes livianas. Todos estos pueblos, igual que los pueblos de enfrente, están de hecho unidos a Bilbao; les pasa lo que a Tetuán de las Victorias o a los Carabancheles con relación a Madrid, antes de que Madrid se los tragase, y el tránsito de unos a otros no se nota ni poco ni mucho. Cuando estos pueblos sean incorporados a la capital, cosa que alguna vez sucederá Bilbao habrá de convertirse, por el número de sus habitantes, quizás en la tercera ciudad de España. Siguiendo las aguas de la bajamar, el vagabundo se llega dándose un paseo hasta Santurce, el pueblo de las sardinas de la copla y de la pescadora a la que apretaba el corsé, allá donde la mar comienza y las aguas se aclaran y se desengrasan. Frente a Santurce está anclado el crucero «Galicia», con su esbelto y noble dibujo, lleno de fuerza y de señorío, balanceándose sobre los botes que lo rodean.





Si el vagabundo hubiera podido se hubiese acercado hasta el crucero para saludar a su comandante; hubiera entrado, por su banda de babor, confundido con la tropa que volvía de pasear,  y hubiera salido quizá por la de estribor, hecho un duque, en la gasolinera del capitán, reluciente como una clara amanecida y airosa y blanca igual que una gaviota. Pero el vagabundo se vuelve por donde ha venido y pronto olvida sus vanos y fantasiosos sueños de grandeza. A cambio de llevarle unas maletas que abultaban más que pesaban, unas maletas que parecían cargadas de aire, un viajante catalán compasivo y parlanchín invitó al vagabundo a cruzar hasta Las Arenas por el,transbordador. Colgado sobre las aguas de la ría, el vagabundo, que no está hecho para los inventos mecánicos, piensa que  lo mejor de Vizcaya viene a resultar, para los demás, precisamente aquello que menos le divierte y le llama la atención. En Las Arenas, el vagabundo se nutre de un bacalao con patatas muy sustancioso, y se refresca el gaznate con un vinillo agrio que no pasa mal para ío poco que cuesta, y en Algorta, que está un poco más arriba y ya en la mar, se fuma un farias que cae, como llovido del cielo, del contento de una boda por la que acertó a pasar."

"En Baracaldo, cubierto de humo, el cielo es plomizo y el calor asfixiante. Las altas chimeneas de las fábricas vomitan una humareda negra y densa que levanta poco, que pronto cae pesadamente sobre el suelo, y el vagabundo, que se sien- te ahogar, prefiere apretar el paso y cruzar de largo y sin hacer alto.

Retuerto y Basurto tienen todo el aire revuelto y afanoso de los barrios extremos de las grandes urbes. Las gentes se agolpan en las calles, los tranvías van abarrotados, los automóviles tocan la bocina despiadadamente, y los niños, ¡pobres niños!, andan haciendo recados y llevando bultos de aquí para allá."

Para ilustrar el paso por la industria, en la serie de televisión se ubicaron en el barrio bilbaino de Zorroza. 

Las fábricas que se encuentran allí, no corresponden a la industria siderúrgica que a buen seguro se encontró Don Camilo. No importa, son un buen reflejo de las zonas industriales de los márgenes de la Ría de Bilbao. 

Además en 1990, aun se conservaba el aspecto gris tan característico de estos lugares que posteriormente ha desaparecido en muchos lugares.





A partir de aquí se internan en Bilbao, en el que tienen un encuentro con una señora que les orienta o les desorienta, según se mire.

"Bilbao es, sin duda alguna, una gran ciudad, y el vagabundo, que la conoce poco, pronto se desorienta y se pierde. En la Gran Vía, el vagabundo, con el sombrero en la mano, pregunta, apoyándose en sus mejores modales, a una señora que pasa con el libro de misa en la mano y el velito sobre la cabeza.

-Oiga, señora, ¿dónde está el puerto?
La señora se detiene y ensaya un gesto extrañísimo.
-¿El puerto? No, señor, aquí no hay puerto.
-Perdone.
Cuando el vagabundo se va, la señora lo llama.
- Aquí lo que hay es ría. ¡Como no pregunte usted por la ría...!
El vagabundo tiembla un poco.
-Pues, sí, la ría. ¿Hacia dónde cae la ría?
La señora abrió sus apagados y piadosos ojos.
-¿Cae?
-Sí, ¿hacia dónde está?
-Está por ahí abajo; vaya usted todo seguido.
-Muchas gracias.

Al vagabundo, bien claro estaba, no le entendían en Bilbao. El vagabundo piensa que la culpa sea de los demás. El vagabundo, ¡bien lo sabe!, no es hombre para andar paseándose por ciudades como Bilbao."
Y aquí acabamos.  Después el Vagabundo y Dupont cruzan la ría y se van a Plentzia, donde se enuentran con Fermín Cuartango, el vinatero. Pero esa es otra historia que animo a seguir, bien en versión literaria o cinematográfica.