domingo, 30 de noviembre de 2008

EL CARABINERO AGAPITO ZORRILLA SÁEZ


El pasado domingo 16 de noviembre, el periódico El Correo publicaba un artículo de Imanol Villa en el que se daba cuenta de un suceso acaecido en Portugalete el año 1908.
El 1 de Noviembre de ese año, el carabinero con destino en Portugalete, Agapito Zorrilla Sáez, disparaba su arma reglamentaria contra el sargento Francisco Mendoza Sánchez causándole la muerte. A consecuencia de estos hechos, el carabinero Zorrilla será juzgado por las autoridades militares siendo condenado a la pena de muerte. Esta pena fue ejecutada en Portugalete, convirtiéndose en el último reo fusilado en esta villa antes de la guerra civil.
A continuación inserto el texto completo aparecido en El Correo y cuya titularidad, como se ha dicho en un principio, corresponde a Imanol Villa, y en el que de una manera escueta se describen estos sucesos. Complementando a este texto me ha parecido interesante insertar unas imágenes que complementen el mismo, una de ellas corresponde al periódico El Nervión, diario del momento que junto con otros, se hicieron amplio eco del suceso, proceso y final de la historia. Conservo la colección completa de lo acontecido en esas fechas publicado en la prensa local, mostrando en el blog la parte en la que el reo llega a la villa para pasar sus últimas horas.
Así mismo, una imagen del puesto de carabineros que se encontraba en el Muelle Churruca hasta no hace muchos años.


El 1 de noviembre de 1908, a las dos de la tarde aproximadamente, el carabinero Agapito Zorrilla Saez disparaba en Portugalete su fusil reglamentario contra el sargento del mismo cuerpo Francisco Mendoza Sánchez, «destrozándole la cabeza de un balazo». En el lugar de los hechos se hallaban presentes varios carabineros y un cabo que, pese al desconcierto inicial, lograron reducir y detener al agresor. Ante un suceso de esa magnitud se dispararon las cábalas y suposiciones.
¿Qué motivo había empujado a Agapito Zorrilla a cometer un acto tan denigrante? A simple vista, nada podía justificarlo. Según las versiones que empezaron a correr de boca en boca, todo apuntaba a un posible arresto aplicado por el sargento al agresor, castigo que éste no supo asimilar. También se decía que todo había empezado por la negativa de Agapito a dar novedades a su sargento cuando éste se las pidió, postura que fue recriminada por el superior y ante lo cual, presa de la ira, el carabinero le disparó sin piedad. Otros decían que todo se debía a que la víctima le había negado al agresor un permiso que le había pedido. Todos buscaban una causa con la que explicar un crimen absurdo.
Profunda depresión
Una vez comunicados los hechos al gobernador militar de la plaza, éste transmitió la noticia al capitán general de la región «cuya contestación se espera, para saber si el juicio será sumarísimo, en cuyo caso el fusilamiento del citado carabinero sería dentro de dos o tres días». Agapito Zorrilla fue trasladado a la prisión de Portugalete donde se le tomó declaración. Este carabinero con más de veinte años de servicio y que tenía mujer y dos hijos, afirmó que había matado al sargento para darle un escarmiento y que no se arrepentía de nada.
Sin embargo, conforme pasaban las horas, su ánimo se vino abajo hasta quedar sumido en una profunda depresión. No quería comer ni ver a nadie. Finalmente, ahogado en lágrimas, pidió cambiar su declaración. En su segunda versión afirmó que no recordaba nada de lo ocurrido y que durante la mañana y primera hora de la tarde había bebido bastante vino. Pocos eran los que daban crédito a aquella amnesia provocada por un aplastante sentimiento de arrepentimiento que le hacía llorar como un niño.
A esa imagen de desesperación -la prensa describió con pelos y señales casi todo lo que el detenido hizo durante su estancia en prisión, incluido lo que comió, bebió y las horas que durmió- se unió el lamentable cuadro familiar que tenía el desgraciado: una mujer sin muchos recursos y dos hijos; el mayor, de 7 años, deficiente mental y el pequeño, con 5, ciego de un ojo.
El reo fue trasladado a la cárcel de Larrínaga el 3 de noviembre. Quienes fueron testigos de su traslado y primera estancia en el penal de Bilbao, coincidieron en que estaba hundido. Malcomía, dormía poco y no hablaba con nadie. Además su expresión era la de una persona ida, como desconectada de la realidad. «Hubo momentos en los que parecía idiota», llegó a señalar algún testigo. Era como si se hubiera resignado a su suerte que no era otra que la de morir fusilado.
El Consejo de Guerra empezó el día 4 en dependencias de la cárcel de Larrínaga. Allí fue donde, ante el tribunal nombrado al efecto, Agapito Zorrilla, por vez primera, narró los hechos que le habían llevado a reventarle la cara de un disparo a su sargento. Al parecer él había dicho a su superior que uno de los cabos robaba petróleo y vino de los barcos. Sin embargo, el sargento, tras hablar con el supuesto implicado, decidió arrestar a Agapito. Esto, y el hecho de que el citado sargento se dirigiera a él de malas maneras, hizo que se le subiera la sangre a la cabeza. El resto todo el mundo lo sabía. Él no quería matar a nadie. Lo que ocurría es que a veces era víctima de arrebatos violentos. Incluso a veces «había llegado á golpear á su mujer y sus hijos». La versión de los testigos completó y dio sentido a la del acusado. Efectivamente, él había lanzado una seria acusación contra un cabo, pero cuando el sargento le pidió que se lo dijese a la cara, se negó. De ahí que su superior decidiese arrestarlo.
Desequilibrado mental
A la defensa del procesado -además de hacer hincapié en sus 28 años, 8 meses y 25 días de servicio casi intachable- no le quedó más remedio que alegar locura. Según informes presentados por los doctores Areilza, Aldecoa y Carrasco, el carabinero era un desequilibrado mental con propensión genética a actos de locura. ¿Se podía condenar a un loco? Por ello, la defensa pidió su reclusión de por vida en un manicomio. Pero el fiscal no pensaba lo mismo. El caso era muy grave y no cabían atenuantes de ningún tipo. Pidió la pena de muerte y el pago de 1.500 pesetas a la viuda en concepto de indemnización. Conscientes de que las horas de aquel infeliz se acababan, algunas instancias realizaron gestiones para obtener el correspondiente indulto. El Ayuntamiento de Bilbao, la Cámara de Comercio, la Diputación, el Club Náutico, la Sociedad El Sitio, el Círculo Republicano y hasta el Ayuntamiento de Barcelona, unieron sus esfuerzos para evitar el fusilamiento. Fue inútil. La sentencia se cumplió el 9 de noviembre en el fuerte de Portugalete. Agapito Zorrilla fue fusilado ante miembros del Regimiento de Garellano, la Guardia Civil y Caballería, presentes allí para que comprobasen con sus propios ojos el precio que tenía la insubordinación y la locura.

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