Uno de los personajes que tuvieron una
especial relevancia en el pasado siglo XIX y que nació en Portugalete, fue el
Teniente General de la Real Armada José Justo de Salcedo y Arauco, portugalujo
que vive y participa en acontecimientos vitales en la historia de España
durante décadas.
Si bien otros
personajes también del siglo XIX naturales u originarios de nuestra villa son
conocidos de manera popular, Salcedo ha pasado casi desapercibido de la
historiografía local.
En enero del
pasado año se impartía en el salón de actos de la Real Liga Naval Española una
conferencia impartida por Gerardo Manuel. López García en la que este autor realizaba un amplio recorrido, tanto por su
trayectoria profesional como por la vida familiar, de este destacado
portugalujo.
En la misma se
recogían diversos documentos relacionados con Salcedo, desde su hoja de
servicios hasta cartas y escritos relativos al mismo realizados por importantes
personajes de su tiempo.
El autor de este
trabajo es Doctor Ingeniero Naval, Catedrático de Estructuras de Buques además
de un reconocido investigador de la vida de José Justo de Salcedo y Arauco, contando
en su haber con la publicación de un voluminoso trabajo titulado “La trastienda
de Trafalgar, el Teniente General José Justo de Salcedo” editado en el año 2010.
La entrada de
hoy está dedicada a la citada conferencia, acercando la misma a todos los
lectores de este blog, la cual se puede leer en su formato original en el
siguiente enlace:
Espero que la misma
guste ya que aporta diferentes datos y documentos relativos al portugalujo
Salcedo desconocidos hasta el momento.
Excmos. e Ilmos. señores, señoras y señores, amigos todos:
gracias por su asistencia a este acto al que vengo con la intención de
presentarles a un marino, el teniente general José Justo Salcedo, cuya biografía
me ha impactado cuando, por casualidad, tuve la oportunidad de conocer con
profundidad al estudiar la historia milenaria de nuestra
Armada.
Quiero agradecer a la Real Liga Naval Española la invitación a
participar en este acto y en este lugar sede de una asociación con 123 años de
vida y donde reside nuestro ser marinero, en sus variadas facetas, y donde nos
hacemos a la mar esta tarde poniendo nuestra singladura en manos del Supremo
Hacedor al comenzar, levando anclas y
largando estachas, nuestro cordial encuentro.
En cualquier manual de oratoria se recomienda al
conferenciante comenzar su discurso con una frase llamativa que produzca una
cierta disconformidad o inquietud entre los oyentes. Una especie de aldabonazo
que sirva para abrir los oídos, en resumen, una forma de llamar su atención. Me
permito ofrecerles, la siguiente frase:
La historia es la bitácora del caminante
Para que el trabajo de investigación sobre nuestro almirante,
que he elaborado, cumpliera con la norma de ser digno de este auditorio, he
acudido a las fuentes originales de la historia, evitando las opiniones de otros
historiadores que pudieran haber influido en mi ánimo contagiándolo con lo políticamente
correcto en cada momento. Esta inquietud nació en mi cuando manejaba un libro
de historia titulado Compendio de Historia de España del catedrático
gaditano Alfonso Moreno Espinosa publicado, con felicitación de la Reina Regente, en el año
1892. Me encontré con que, según este libro, no había existido un rey de España
llamado José Bonaparte. Me di cuenta de la existencia de un factor, muy de
actualidad por cierto, que se denomina
lo políticamente correcto,
que hay que aplicar para valorar una información sacada de una fuente
intermedia.
Otro ejemplo de la importancia del fenómeno lo podemos
observar, aunque no sea nuestro caso, en los libros que tratan sobre la historia
de España después de la Guerra Civil, se pueden leer párrafos que nos hacen
creer, a los que vivimos aquellos años, que lo habíamos hecho en Nueva Zelanda.
Ir a los orígenes, eliminando criterios interpretativos intermedios,
ha supuesto un enorme esfuerzo ya que ha obligado a un trabajo de toma de datos
en bibliotecas, la mía propia, la de algún amigo, pero sobre todo, la
Biblioteca del Museo Naval, en el Cuartel General de la Armada, en cuya sala de
investigación he trabajado con toda clase de facilidades, durante dos años. A la alegría de encontrar los
datos que se buscaban, se añadía la emoción de abrir y manejar legajos algunos
con más de 200 anos de antigüedad que, exagerando un poco, olían a mar.
Los documentos manejados, simplificando su catalogación y agrupándolos
por centros de información, han sido los siguientes:
● 597 documentos del Archivo General de la Armada en
el Viso del Marques. Legajo 620/1110 referencia José Justo Salcedo y Arauco.
● 723 documentos del Archivo General Militar. Diversos
legajos sobre los Capitanes Generales en los comienzos del siglo XIX.
En mi trabajo he pretendido relatar una situación social de la
época analizada, centrándome en el campo naval que en aquel entonces se
concretaba principalmente en el mundo militar. Diríamos que he intentado
seguir el modelo de Pérez Reverte, en su novela El Asedio, cuando nos
relataba la vida del policía gaditano Rogelio Tizón, o a Pérez Galdós en Trafalgar,
en sus Episodios Nacionales, cuando se servía de la biografía del también gaditano, Gabriel Araceli,
que dejaba la contemplación amorosa de su amada Rosita para incorporarse, como
grumete, al navío Santísima Trinidad, el más grande barco de
guerra construido en madera, aunque menor que el descrito en la Biblia al
referirse al Arca de Noé, y que, por lo tanto, era el barco que más virtudes y
defectos incorporaba.
Aunque desafortunadamente no he obtenido igual categoría
literaria, si he intentado seguir el procedimiento pero utilizando la biografía
real de nuestro controvertido héroe que existió realmente.
La persona elegida es, como ya he mencionado al comenzar esta
charla, el teniente general, hoy diríamos almirante, José Justo Salcedo y
Arauco.
marinos vascos. Eran legión, posiblemente más que los que
incorporan los libros de texto que utilizan nuestros jóvenes en sus estudios.
Pero me atrajo la vida del general José Salcedo, posiblemente por coincidir con
él en muchas opiniones sobre la vida en general y particularmente en lo que a
la Armada se refiere, salvando la circunstancia de que si el contemplaba a su
querida Armada Española desde la galleta del palo mayor, mientras mi observación
se limita a la visión, todo lo más, a lo que se ve desde una brazola de una
escotilla a la que hemos desmontado alguno de sus cuarteles. Pero el respeto a la Armada, en la que serví en mi juventud como
teniente ingeniero naval, es semejante: ambos pensamos como el trovador en el Cantar
de Mio Cid: “… ¡qué buen vasallo si hubiera buen Señor!” o como más
recientemente otro dijo “amamos a España porque no nos gusta”. !Y que difícil
seria servir al rey cuando este era un tal Fernando VII!, rey que con la
renuncia a sus derechos a la Corona, junto a los de su padre presente en el acto, cediéndoselos a Napoleón
en el castillo de Marracq, en Bayona, en mayo de 1808 demostró que su vida y su
hacienda eran más importantes para el que España y la Corona.
Precisamente fue durante este reinado cuando nuestro héroe sufrió
su segundo y más fuerte ataque personal, que acabo en el destierro por seguir la
línea de conducta iniciada por su rey y seguida, por su superior,
comprovinciano y familiar, el hoy admirado José de Mazarredo. Pero este hecho
lo analizaremos más adelante.
Para que comprendan mejor la personalidad del protagonista de
nuestra narración, voy a contarles una anécdota de mi vida de estudiante: En la Marina, la broma, científicamente llamada teredo,
es un gusano azote de los barcos de madera, que actua eficaz y
silenciosamente en la obra viva cuando se encuentran sumergidos en agua salada.
Vulgarmente se denomina barrenillo y así llamábamos, en mi juventud, a
un profesor de la Escuela de Ingenieros Navales que se caracterizaba por su
eficaz y silencioso trabajo. Aquel profesor había efectuado los cálculos del
puente sobre el pantano del rio Esla, obra maestra de la ingeniería
del hormigón que, naturalmente, fue firmado por un prestigioso
y universalmente conocido ingeniero, autor del proyecto. Pues bien, les
presento a José Justo Salcedo, uno más de los barrenillos que llenan la
historia de nuestra Patria. Un portugalujo universal que vivió hace dos siglos, en una época de cambio
que, aun hoy en día, estamos analizando con pasión y sobre la que algunos
pensamos que es necesario someter a una “desparasitación” de su historia
para desmontar héroes y elevar villanos, para ajustar las cosas a la realidad objetiva sin apasionamiento,
sin confundir héroes con mártires o con accidentados, en definitiva, para
analizar los hechos con la lente de los hechos realmente acaecidos, aunque sean
políticamente incorrectos.
Nuestro protagonista era un barrenillo, uno más, pero su
fuerte personalidad lo distinguía de los otros barrenillos por su exigente
postura reclamando sus derechos ante todos, incluido el rey aunque este fuera
tan peligroso como lo fue Fernando VII.
Es este personaje, este capacitado personaje, del que estoy
hablando, el hombre que alcanzo puestos importantes en la Armada y en la vida
civil, pero siempre un paso por detrás de su superior, el buen segundo que todo
mando precisa; así, siendo teniente general a las órdenes de Mazarredo, ocupo siempre
aquellos puestos que requerían un mayor conocimiento profesional y una mayor vocación
para cumplir con su deber.
Su trabajo se desarrolló en un momento y un lugar crucial en
la historia, viviendo en primer plano el drama histórico de aquellos días desde
la mar, en concreto la que se extiende entre el cabo de Gata y el de San
Vicente, donde España presencio el principio del fin de su Imperio colonial y
ocurrieron los acontecimientos gracias a los cuales nuestra Patria comenzó una
nueva singladura, para unos mejor, para otros peor y para todos distinto, pero en
cualquier caso el comienzo de una nueva era y de una nueva forma de pensar.
Su gran formación y conocimientos alcanzados en su ciudad
natal, le llevan a una rápida carrera en el Colegio de Guardiamarinas de la
ciudad de Cádiz. La promoción de Salcedo
fue especialmente ilustre pues en ella figuran alumnos que alcanzaron altas graduaciones en su profesión terminando con el grado de
teniente general: además del propio Salcedo, también alcanzaron este grado
Baltasar Hidalgo de Cisneros de la Torre, José Bustamante y Guerra y Juan José Martínez;
con el grado de jefe de escuadra: Alonso Torres-Guerra, Estanislao Juez-Sarmiento,
Rafael Hore y Ramón Herrera y Cruzat; con el grado de brigadier: Diego Alvear y
Ponce de León y Tomas Geraldino y Geraldino. El pertenecer a esta promoción,
sin duda, le facilito a Salcedo las relaciones profesionales tan necesarias en
aquellos y en estos tiempos.
En enero de 1771 termina los estudios y con el nombramiento de
alférez de fragata se enrola dos meses después, en el navío Atlante, advocación
de San José, de 74 cañones, comandado por el capitán de navío Francisco Hidalgo
de Cisneros y Ceijas.
Este barco, proyectado con sistema ingles por Jorge Juan, fue
construido en Cartagena por Edward Bryant, uno de los expertos maestros
carpinteros de ribera que llegaron del Reino Unido con el propio Jorge Juan
cuando retorno de su viaje de estudios, si me permiten que defina así al
conocido y singular viaje.
Posteriormente embarca como alférez de fragata en la Santa
Teresa, de 26 cañones, al mando del capitán de fragata Antonio Casamara en
la escuadra del cartagenero marqués de Casa Tilly.
Sigue sus prácticas a bordo de la fragata Santa Dorotea,
de 26 cañones, comandada por el capitán de fragata Manuel de Bedoya; en la
fragata Santa Lucía, de 26 cañones, comandada por el capitán de navío José
Yánez; volviendo a la fragata Santa Teresa, comandada por el capitán de
fragata Antonio Ossorno y de nuevo en la fragata Santa Dorotea acompañando,
una vez más, a este último capitán de fragata.
En estos cambios de barcos y comandantes transcurrieron los
dos años y cuatro meses primeros de su vida profesional. Curiosa era esta forma
de preparar a los oficiales que se practicaba en aquellos tiempos que permitía
valorar a un joven oficial por diversos oficiales y a este a conocer la difícil
maniobra precisa para manejar aquellas embarcaciones.
Entra en contacto con la familia gaditana del capitán de
fragata Santiago Zuluaga, casado con Maria Antonia Yurramendi, vizcaínos muy introducidos
en la vida gaditana y poseedores de importantes intereses salineros en la bahía
de Cádiz. En 1773 se casa con María Gerarda, una hija de este matrimonio, con
la que tuvo cinco hijos. Curiosa es la ceremonia del matrimonio, que se efectúa por poderes ya que
el novio se encontraba a bordo de la fragata Santa Dorotea, curiosamente
fondeada en la misma bahía de Cádiz, por lo que fue representado en la
ceremonia por su superior, el teniente de navío Joaquín Fidalgo.
Al quedar viudo en 1800, siendo ya un brigadier de 47 años,
contrae segundas nupcias con María Pascuala, hermana de su difunta esposa.
Despues de una breve estancia en Cartagena, embarca en el
jabeque Nuestra Señora del Pilar, de 34 cañones, formando parte de la
flota del futuro capitán general Francisco de Borja. Después de un viaje a
Filipinas a bordo de la fragata Santa Catalina, de 26 cañones, comandada
por el capitán de fragata Antonio Albornoz, arriba a Cádiz con su primer galón de 14 mm. en la bocamanga.
Sus primeros pasos como joven comandante nos lo presentan como
un marino a bordo de la pequeña saetia Santa Ana, de 12 cañones de los
que faltaban 2 por montar (cosa desgraciadamente frecuente en nuestra Armada) y
se le confía la misión de reagrupar los barcos de la gran escuadra del marqués
de Casa Tilly, desperdigados durante la travesía del Atlántico, en la guerra contra Portugal.
Burlando a la escuadra de aquel país, se enfrentó a toda la
escuadra del almirante McDouvall, formada por 4 navíos y 6 fragatas, con un
total de 466 cañones ocupándola en su persecución, antes de caer prisionero del
navío Nossa Senhora dos Plazeres, de 64 cañones, comandado por el portugués José Mello.
Destacamos el respeto que obligo a mantener a españoles y portugueses hacia su categoría
de comandante de una nave durante su cautiverio en Rio de Janeiro, actitud que
le ocasiono a Salcedo serios problemas que terminaron llevándole a su primer
consejo de guerra en el que fue condenado, por expreso deseo del rey Carlos
III, en contra de muchos de sus superiores entre los que destacamos al
Secretario de Marina, González de Castejón, al que el rey obligó a retractarse,
por escrito, de una orden de indulto ya enviada.
Curiosamente la carta de Castejón al general Luis de Córdova
comunicando el indulto y la carta de la sentencia fueron firmadas, el mismo día.
Verdaderamente, la forma en que se cumplió la sentencia por el acto de
indisciplina ante el capitán de navío Fechain, prisionero también, en Rio de
Janeiro, por parte del general Córdova fue poco respetuosa hacia la opinión del
rey y hacia el injuriado capitán de navío que, por cierto, no gozaba del aprecio
de sus superiores.
Ya con mayor categoría le vemos salvando a la Tesorería del
Reino en graves apuros cuando se le confía la ruptura del cerco británico a la
escuadra española en Cádiz para transportar valores desde Veracruz, tarea que
cumple perfectamente. O cuando se le encarga la limpieza de la bahía de
Algeciras, plena de objetos sumergidos que impedían la libre navegación o la resolución de los problemas de tesorería
y organización en el Arsenal de Cartagena o cuando en este mismo Arsenal se le
encarga de la jefatura de la Escuadra durante los prolegómenos y la acción de
Trafalgar, en un cargo que le llevó a soportar sobre su persona una
responsabilidad histórica.
Enteramente apoyado por Godoy, en el Archivo de El Viso del
Marques se conserva una carta de Godoy a Salcedo en la que deja a su criterio y
buen hacer la participación de la escuadra de Cartagena en todo lo referente a
la colaboración con los franceses.
Su actuación durante la batalla de Trafalgar, como máxima
autoridad de la flota de Cartagena, se ajusta como un guante a lo que luego
definiremos como parte del touch de Salcedo, salvando del desastre unos
barcos que no estaban en condiciones de entrar en combate y que, aunque en
estado deplorable, eran imprescindibles en una España intercontinental.
La guerra contra los franceses coincide con una posición de máxima
responsabilidad por parte de Salcedo. Antes de la renuncia o cesión del trono efectuada
por Fernando VII, el general Salcedo era uno de los tres almirantes que
formaban el Consejo del Almirantazgo de la Armada española presidido por Godoy,
quien era al mismo tiempo aconsejado y aconsejador, y constituido por los
tenientes generales Álava, Escano (el mismo que quiso someter a Consejo de
Guerra a Graviña por su actuación en Trafalgar) y el mismo Salcedo, asi como
por el intendente general Salazar (un hombre del equipo de Mazarredo con quien
colaboro en la redacción de las Ordenanzas de la Armada) y por el auditor
general Villaamil (aquel que redacto el famoso Manifiesto leido por el Alcalde
de Mostoles el 2 de mayo de 1808).
La vida de este organismo fue corta, no llego al año, pues al
estar en manos de Godoy se vio afectada por el golpe de Estado del Principe de
Asturias que, a su vez, fue la ocasión que se presentó a Napoleón para
intervenir en las cuestiones de la Corona española y en la firma del Tratado de
Fontainebleau.
Como miembro de dicha institución, tuvo que luchar con muchos
problemas entre los que se encontraban el retraso en las pagas a las tripulaciones
y a la oficialidad o el tipo de formación impartida por la misma Armada que no
estaba orientada hacia su fin principal que era el combate naval; o dicho de
otra manera, había muchos Graviña y pocos Barcelo en nuestra Armada. El almirante y académico
Eliseo Álvarez Arenas coincide con esta afirmación cuando escribe: Hubo muy buenos
marinos de guerra españoles y excelentes científicos formados en la Armada,
aunque, dicho sea de pasada, no deben ser estos valores humanos los símbolos en
que se gloríe preferentemente una Corporación para combatir a enemigos.
Encontramos a Salcedo en la cumbre de la Armada española,
trabajando con tenacidad en el frente anti francés, formando parte del Tribunal
creado para juzgar a los colaboracionistas, involucrado en el oscuro incidente
ocurrido con la flota en las islas Baleares y luchando voluntariamente contra los
franceses en la defensa de la ciudad de Valencia.
Y se produce el cambio en su vida. Nuestro héroe, en la cumbre
de su carrera militar, mete la caña a babor, modifica su rumbo y se pone de
parte del gobierno de José I, de una forma tan activa y eficaz como era de
esperar dada su experiencia y su buen hacer profesional. Varias causas pudieron
ocasionar tan sorprendente cambio y aunque no he encontrado ningún escrito que apoye mi tesis, me permito
enumerar someramente las siguientes reflexiones:
1º Salcedo era monárquico y por ello imito a su rey que fue el
primero de los españoles en aceptar como rey de España a José I o a cualquier
otro que hubiera señalado Napoleón cualesquiera que fueran las cualidades del
designado. Por otro lado, no podemos olvidar que las últimas palabras de Fernando VII
dirigidas a los que le despedían, ya dentro del carruaje que lo transportaba a
Bayona, fue ordenar que se colaborara con el francés.
2º Salcedo era un funcionario, con las virtudes y defectos
caracterizan a esta honrosa profesión.
El al llegar a Madrid continuó en su despacho a las órdenes de
Mazarredo, del que era subordinado, discípulo y familiar, haciendo lo que sabía
hacer: “Cumplir las órdenes que recibía”.
3º Los altos cargos militares, mayoritariamente, actuaron de
una forma ambigua que llevo a algunos a la muerte, asesinados por el pueblo
sublevado (recuérdense los acontecimientos de Cádiz, Ferrol y Cartagena); también
recordamos que el ataque de los franceses a Valencia fue a petición del capitán
general de Valencia, y en la muy famosa acción del cuartel de Monteleon, el 2 de mayo de 1808 en
Madrid, intervino, con uniforme de gala, un general español que intento la rendición
del cuartel, y todo ello siguiendo las instrucciones dadas por el rey antes de
partir hacia Bayona.
Nuestro héroe no ha sido perdonado por la historia,
posiblemente con razón, pues su eficacia no decayó al cambiar de bando.
Intervino de forma destacada en acontecimientos importantes que resumo brevemente:
Lamentablemente eficaz fue su importante intervención en el
recibimiento a Napoleón en Valladolid, en enero de 1809, cuando acompañado del jefe
de escuadra Espinosa Tello, formo parte del equipo que visito la ciudad donde
fueron tratados despóticamente por el emperador harto de la resistencia española
y preocupado por la grave situación de sus ejércitos en Europa.
Destacamos que en aquellos días se había producido en la
provincia de Valladolid una represalia brutal contra la población civil como
respuesta a la acción guerrillera. Una demostración de la dureza y eficacia de
esta acción guerrillera ―que se dirigía muy selectivamente contra los mandos
del ejército francés― se comprueba cuando se conoce que un ejército, que nunca supero los 300.000 soldados, tuvo
33 muertos, 22 heridos y 11 prisioneros entre su generalato.
Lamentable fue su actuación en el sitio de Cádiz, en febrero
de 1810, aunque él se disculpa en diversos escritos diciendo que su acompañamiento
al mariscal Víctor, en su acción sobre Andalucía, evito muchas represalias del
ejercito francés. Es también verdad el triste hecho de haber firmado el memorándum
que solicitaba a Venegas, gobernador de la Cádiz, la rendición de la ciudad y
posteriormente al general Álava, a bordo de su insignia el navío Santa Ana,
la rendición de la flota.
En marzo de 1810, Mazarredo lo nombra capitán general de Cádiz
y en diciembre de 1811 llega a otro momento crucial de su carrera al ser
designado presidente de la Sección de Guerra y Marina, algo así equivalente al
ministro de Defensa en la actualidad.
Para poner un tono rosa a esta charla diremos que hay quien
piensa que en esta variante actuación de Salcedo influyo el hecho de que José I
era gran admirador de las mujeres y muy especialmente de María del Pilar Acedo,
esposa del marqués de Montehermoso.
En el palacio alavés de esta familia fijo el rey su residencia
cuando abandono Madrid para estar más cerca de la frontera, y hay que resaltar
que Salcedo era familia de la primera marquesa de Montehermoso, por lo que es
posible que hubiera un contacto más personal de lo normal y conocido entre el
rey y Salcedo.
Al llegar a la vejez, Salcedo vuelve a vivir otra etapa
oscura, y toma una serie de decisiones discutibles: al final, cuando desterrado
a Burdeos añora su vida en Cádiz, donde estaba su casa, su familia y sus
intereses económicos, comete la gran tontería de volver oculto en un barco simulando ser un sirviente de su
familia. Enfermo, fue detenido y hecho prisionero por un retén de marineros al
mando de un sargento ―enviado por un compañero de promoción, el capitán general
de Cádiz Hidalgo de Cisneros―, al que se niega a obedecer con grave riesgo, alegando
una vez más el olvido de su grado.
Y, finalmente, su muerte acaece en noviembre de 1825, no sin
que antes haya sido absuelto de las acusaciones de participación en la Revuelta
de Riego y de haber intentado justificar su actuación ante el rey; también nos
ha regalado un extenso documento, medio testamento medio manual de
recomendaciones para el buen gobierno de la Armada.
No podía faltar el detalle típico español: tres meses después
de su muerte el rey atiende las reiteradas peticiones de su viuda María
Pascuala, y concede la rehabilitación total de los cargos a Salcedo y una renta
de 24.000 reales anuales para su viuda.
En líneas generales he procurado resumir la vida de este español
que considero un digno representante del marino de su tiempo. Me encontré con el
Nelson español, con el hombre que había
desarrollado un touch, una forma de actuar como diríamos nosotros, que
le permitía aplicar una lógica mejora a su vida militar haciéndolo compatible
con la obligada disciplina, una forma de actuar que, como en el
caso de Nelson, es aplicable también a los asuntos industriales o políticos,
con las transformaciones precisas, lo que nos hace posible aprovechar esta
experiencia para la vida actual. No es que Salcedo copiara a Nelson; después de
dos años de estudio puedo asegurar que Salcedo no conocía las ideas de Nelson
por varios motivos, el primero y principal, porque Nelson no escribió ningún
tratado sobre su estrategia y táctica, que fue desarrollada por escrito después
de su muerte en combate y analizada y aplicada por los directores empresariales más en boga en EE.UU. Lo que paso es que Salcedo, paseando por
la toldilla de su navío vivió los mismos problemas que el británico en
circunstancias parecidas. De este Salcedo es del que estamos hablando.
Del Salcedo marino con una especialísima forma de entender la
vida, del Salcedo cuya forma de actuar era diferente a la de un general Barceló
pero también alejada de un general Graviña, por compararlo con dos conocidos coetáneos
suyos, de un Salcedo que en lo político se movía en un terreno de nadie entre los
partidarios del intruso José Bonaparte y los del rey Fernando. Un Salcedo que tenía
muy claras y bien sentadas sus ideas sobre la religión y la familia. De un
Salcedo, en fin, que tampoco era un Jorge Juan pero que sus conocimientos de navegación
y/o su audacia al navegar le convirtieron en un cabal comandante a la hora de
romper un cerco o de guiar a otros por el entonces infinito océano.
Lo que hemos denominado, a imitación de los biógrafos de
Nelson, el touch de Salcedo, es un conjunto de directrices que le
sirvieron de guía durante su larga vida. Las he agrupado en cinco puntos que paso
a analizar:
1º.- Alta cualificación técnica
Sin duda, la mediocridad no es el mejor camino para triunfar
en la vida profesional y, por ello, es
interesante analizar, en nuestro biografiado, aquellos detalles que hicieron de
el un buen militar. Podíamos empezar por observar su periodo de permanencia en la Compañía
de Guardias Marinas de Cádiz en la que ingreso en julio de 1770 ―cuando todavía
no había cumplido los 17 años de edad―terminando los estudios teóricos a
finales de enero de 1771 y ascender al grado de alférez de fragata.
Los estudios en la Compañía duraban el tiempo necesario para
que el alumno adquiriera los conocimientos mínimos imprescindibles para ser
enviado a bordo en donde continuaba su formación el joven oficial. Siete meses
preciso José Justo para superar esta etapa de su vida, periodo muy inferior a la media, lo que
confirma su alta capacidad intelectual y su buena formación secundaria
adquirida en su Portugalete natal.
Vemos ejemplos en su vida profesional que nos permiten
considerarlo un magnifico oficial que sus superiores supieron valorar.
Contemplamos sus dotes organizativas en diversos episodios mencionados en páginas
precedentes como la campaña contra Portugal siendo un joven oficial al mando de
una simple saetia; sus tareas de limpieza de los fondeaderos de Algeciras o su
labor en las cuentas del Departamento Marítimo de Cartagena que merecería un
libro aparte por su comportamiento y mano izquierda en un tema como el abono de
los atrasos en las pagas a las tripulaciones, verdadera lacra, en nuestra
historia naval. Sus dotes como navegante fueron aprovechadas para romper el
cerco que la escuadra británica tenia puesto a Cádiz en un momento, otro más en
la historia, verdaderamente crítico.
2º. Valor personal
Requisito necesario en todo militar y que en el caso que nos
ocupa quedo probado en varias ocasiones. El simple hecho de hacerse a la mar en
aquellas embarcaciones precisaba de altas dosis de valentía que, si era además
de forma voluntaria y se trata de personas con unas mínimas cualidades humanas,
podemos considerar como valor. Voy a enumerar exclusivamente aquellos
acontecimientos en los que Salcedo actuó como protagonista en momentos en los
que era solo de él la decisión de actuar o no actuar:
1º.- Su ascenso a teniente de navío por méritos de guerra en
la operación de Argel
del año 1781 a las órdenes del general Barceló.
2º.- Las operaciones en el bloqueo de Gibraltar en 1782 en las
que se llegó al abordaje, sable en mano, de embarcaciones enemigas.
3º.- La acción de salvamento, siendo comandante de la fragata Santa
Dorotea, cuando a las órdenes de Francisco de Borja salvo al navío Magnánimo,
de 74 cañones, durante un temporal en las islas Sisargas.
4º.- Su enfrentamiento, ya mencionado, al mando de una simple
saetia, de toda una escuadra portuguesa durante la guerra con Portugal.
5º.- Ya anciano, el enfrentamiento con el escuadrón que le
intento apresar por orden
del capitán general de Cádiz, compañero y amigo suyo.
Se podía seguir citando operaciones que mostraron a nuestro héroe
manteniendo una actuación encomiable, pero permítaseme citar la que, para mí, es
más importante por su trascendencia histórica.
Me refiero a su negativa a cumplir los deseos de Napoleón
cuando, siendo comandante de la flota española con base en Cartagena, se niega
a hacerse a la mar. Es cierto que estaba apoyado por documentos secretos
recibidos de Godoy pero sería interesante conocer el nombre de algun otro opositor directo a las órdenes
de Napoleón con o sin documentos firmados que lo avalaran.
No podemos terminar este punto sin citar su actuación en la
defensa de Valencia ante el acoso de las tropas francesas, no olvidemos que los
franceses fueron a Valencia a petición de las autoridades militares locales
temerosas de las revueltas populares contra las tropas francesas. Es una actuación absolutamente
voluntaria que Salcedo llevo a cabo de forma ajena a sus obligaciones oficiales
y solo como consecuencia de su impulso patriótico que le llevo a poner sus
conocimientos militares a disposición de los patriotas sublevados.
3º.- Alta estima a su persona
El estudio de la documentación manejada muestra un cumulo de
reclamaciones y quejas que Salcedo eleva a sus superiores, rey incluido, cuando
considera que su persona o su cargo representativo, era poco tenido en cuenta.
No es la menos sonada la que ocasiono su trato como prisionero de guerra en Rio
de Janeiro que le ocasiono el ser sometido a un Consejo de Guerra y cuya resolución final tardo muchos años.
Citamos, entre las casi reclamaciones diarias, las que nos
sirven de ejemplo para conocer los temas que contenían.
1º.- En 1797, reclama a la superioridad compensaciones
derivadas del cargo en compañía de otros comandantes de la flota destinada al puerto
de Veracruz.
2º.- En 1798, solicita licencia extraordinaria de cuatro meses
para reponer su salud en Portugalete. Es interesante señalar que el preceptivo
parte médico iba firmado por el facultativo del barco a sus órdenes.
3º.- En 1799, solicita y consigue a través del teniente
general Lángara el Hábito de la
Orden Militar de Santiago.
4º.- En 1802, solicita a Godoy, acompañando su petición de un
razonado estudio
de las Ordenanzas, su ascenso a jefe de escuadra.
Ese mismo año pide de Godoy su favor para que uno de sus siete
hijos sea nombrado paje de Su Majestad.
5º.- En 1805, después de Trafalgar, hay una revisión de
expedientes para decidir los ascensos a teniente general. El rey, opinando que había muchos
generales en la Armada, rechazó a Salcedo. Pero el rey se encontró con un Salcedo
ofendido y protegido por Godoy, y ascendió a Salcedo. La cosa era muy
importante pues independientemente de los aspectos personales se encontraba el hecho de que estos
ascensos suponían una forma pública de sancionar las actuaciones personales en el gravísimo
episodio de Trafalgar.
4º.- Respeto a la vida de sus subordinados
Esta es una forma de expresar el comportamiento que fue una
constante en la vida de nuestro almirante. Realmente lo que el practicaba era
una forma de heroísmo, lejos del típico que me permito llamar “tipo Graviña”
según el cual lo importante no era morir por la patria, lo importante era que
el enemigo muriera por la patria, lo importante era hacer al enemigo más daño que lo que él nos hacía.
Y para ello era, y es, preciso ser más fuerte ocasional o
materialmente que él.
Curiosamente, el catecismo de la Iglesia católica define como
“guerra justa”, entre otras circunstancias, aquella en la que se puede
llegar a vencer.
Claro está que hay que distinguir entre las acciones estratégicas
de las tácticas. Pero en todo caso parece absurdo salir con cañones que no
alcanzan al barco enemigo a no ser que este carezca de inteligencia o moral
probada para utilizar eficazmente su fuerza.
Nuestro Salcedo no era un Graviña y cuando pensó que sus
barcos no estaban en condiciones de salir a la mar a luchar contra la escuadra
de Nelson pues no zarpo.
Tampoco fue muy brillante su acción cuando entretuvo a la
escuadra portuguesa durante un largo periodo de tiempo antes de rendir a su pequeña
saetia pero fue rotundamente eficaz.
Tampoco hubiera coincidido con Casto Méndez Núñez, cuando en
1866, frente a la costa de Valparaiso, nuestro gallego insigne pronuncio aquello
de: España prefiere honra sin barcos que barcos sin honra, cuando de lo
que se trataba era del intercambio de presas: nuestra goleta Covadonga por
la fragata chilena Esmeralda, cuyo nombre lleva hoy el barco escuela chileno, construido en España y
gemelo de nuestro querido Elcano. Sin duda Salcedo hubiera preferido honra
con barcos pero no se nos oculta que esto era más complicado.
Ni con otro gallego insigne, Victoriano Sánchez Barcaiztegui,
cuando a bordo de su fragata Almansa, ardiendo la antecámara de la santa
bárbara, frente al arsenal de El Callao, emulo a su superior, don Casto, con la
frase: Hoy no es día de mojar la pólvora.
Y es que en cuanto a frases célebres siempre hay que tener
presente aquello que dijo Miguel de Unamuno: Cuando en España se habla de
cosas de honor, un hombre sencillamente honrado tiene que echarse a temblar.
Curiosamente, durante su largo periodo de servicio activo no
se le recuerda ni una sola herida en combate y sus tripulaciones solo sufrieron
bajas en el abordaje al corsario berberisco al que nos hemos referido con
anterioridad.
5º.- Su debito con la Patria
Sin duda, fue un servidor de su Patria ejerciendo su oficio en
la Armada, prestando sus servicios como alcalde honorario en su Portugalete
natal o fomentando la industria y el comercio de las salinas en Cádiz. Su actuación
en la vida estuvo siempre empapada del sentido de disciplina propio de la Armada,
pero sabía protestar en lugar y tiempo adecuado. Cuando la decisión estaba en sus manos prefería
actuar con la costa a barlovento pues, ―como nos recuerda Pérez Reverte― los
barcos se pierden en tierra y nuestro biografiado prefería y sabía que en la
guerra y en la paz había que tener el enemigo a sotavento.
Su sentido riguroso de la disciplina (que le convertía en el
segundo que todos deseamos tener en nuestro trabajo pudo ser el motivo de su
cambio brusco de bando político.
Realmente me atrevería a alinearme a las tesis de los pocos
que opinan que lo que realmente cambio fue la política del Reino no la forma de
actuar de alguno de sus protagonistas. Al analizar la situación no podemos
olvidar tres puntales de un marino de aquella época y que nuestro Salcedo cumplió
rigurosamente:
1. Fidelidad a su rey
2. Sumo respeto a su honor
3. Eficacia en su servicio
Y no podemos olvidar que el rey José I lo fue por cesión,
voluntariamente dada por el rey de España y confirmada por su padre en el mismo
acto de Bayona. Se puede pensar que Fernando VII no tenía más remedio que
abdicar, aunque se nos olvida que pudo haberse aplicado la misma medicina que
el reclamaba a sus súbditos, o sea, dar su vida por la Corona.
Claro que no es el lugar para declararse afrancesado y nada más
lejos de mi intención que hacerlo, pero me gustaría ser capaz de escribir un libro
haciendo un estudio de lo que hubiera pasado en Espana si la Guerra de la
Independencia la hubiera ganado Napoleón. Sería una extrapolación y como tal
algo no permitido para cualquiera que tenga una formación de ingeniería clásica.
Finalmente nos referiremos a dos documentos que se conservan
en el Archivo General de la Armada en el Viso del Marques, de su puno y letra: el
primero es un resumen de su vida con una justificación, no siempre muy
afortunada y verdadera, de sus actuaciones. El documento se complementa con una
carta dirigida al rey Fernando VII, el 15 de marzo de 1815, en la que solicita
su perdón por las actividades que podían ser consideradas contrarias a la
Corona. Lo realmente interesante es la valentía o simpleza con que da comienzo
la carta, expresiones que dirigidas a un peligroso y serpenteante monarca podían haber sido ellas solas motivo suficiente para
romper toda posibilidad de perdón. José Justo le dice por escrito al monarca,
que si él ha servido al rey francés lo ha hecho por considerar que con ello
hacia lo mismo que su rey. O sea más claro, que con su actuación no había hecho
otra cosa que imitar a su majestad.
El segundo documento fue escrito en el declinar de su vida en
su casa en Chiclana de la Frontera, provincia de Cádiz, en el que nos deja las
recomendaciones sobre la organización de la Armada fruto de su intensa y
dilatada vida profesional.
No quiero terminar sin recordar que la elaboración de este
libro tuvo un notable sabor marinero, pues su índice fue planificado a bordo
del Juan Sebastián de Elcano, durante una travesía desde Marín a Cádiz.
Inolvidable viaje al que fui invitado por el almirante general Manuel Rebollo.
Gracias a todos.
Madrid, enero 2013
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