El pasado día 14 fallecía en la
ciudad de México rodeada de sus seres queridos la escritora Portugaluja Leonor
Tejada Conde Pelayo, con total seguridad uno de los últimos referentes de una
generación que vivió guerras, represión y exilio.
En el momento de su fallecimiento
contaba 98 años dejando tras de sí un amplio bagaje de experiencias
transmitidas en un número importante de trabajos escritos que perduraran para
siempre.
Educada en una familia de libre
pensadores y de ideas muy avanzadas a las que profesaba la mayor parte de su
generación. Leonor tuvo siempre muy claro donde estaba su lugar dentro de la
sociedad que le toco vivir, con las clases más desfavorecidas.
Padeció en primera persona la
implicación de su familia en las revueltas obreras durante su juventud, las
consecuencias de la guerra civil y el exilio.
Espectadora del surgimiento del
nazismo mientras estudiaba en Berlín y de las posteriores repercusiones que
tuvo para toda Europa con los años. Una persona que aprendió y transmitió las
vivencias observadas intentando ilustrar a sus lectores de una realidad
observada en primera persona.
De una gran cultura siempre
estuvo rodeada de personas del mundo intelectual. Escritora, traductora,
persona de radio y televisión, trabajó en la ONU así como para diversos medios
de comunicación, siendo un referente dentro del mundo cultural del país, que
como a ella, acogió a tantos exiliados tras la finalización de la guerra.
Tuve la oportunidad de tener una
gran amistad con la misma, guardando en nuestro recuerdo las innumerables horas
de conversación que los distintos miembros de mi familia mantuvimos con ella. Gracias
a esta amistad me legó algunos de los escritos realizados por sus antecesores
en las primeras décadas del siglo XX, algo que guardo y conservo con gran
cariño.
Fuimos mudos testigos como las
autoridades culturales de nuestra villa en uno de sus viajes, representantes
del mismo partido con el que ella simpatizaba en su momento, no fueron capaces
de estar a la altura de una persona de estas características, un icono de una
época y una de las pocas memorias vivas que en esas fechas le quedaban a la
villa de Portugalete. Tal vez le faltó,
en vez de traer libros, testimonios cargados de experiencias, portar otro tipo
de objetos más propios de acompañar una buena comida que de alimentar la mente.
A pesar de ello siempre estuvo
rodeada por personas que la apreciaron y que supieron estar a la altura de esta
interlocutora. Departió con el escritor y poeta Mario Ángel Marrodán, con
miembros de sociedades culturales de todo tipo, recogiendo los medios de
comunicación su estancia en nuestra villa.
Leonor no era una persona al uso,
era una gran persona, con una humanidad y empatía que hacía de su conversación
y actos cotidianos una muestra clara de lo que era la solidaridad.
Descanse en paz esta Portugaluja
que a pesar de vivir buena parte de su existencia fuera de la villa que la vio
nacer jamás olvido sus raíces y la localidad donde paso sus años de juventud.
Solo muere lo que se olvida y a
ti, Leonor, las personas que te queremos jamás te olvidaremos.
1 comentario:
Como siempre con sentimiento. Gracias.
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