Si bien la última
entrada del blog estaba dedicada a la imagen gráfica del avance de las tropas
italianas por la margen derecha mientras combatían contra las fuerzas
defensoras de la legalidad republicana, hoy traigo el testimonio de una
portugaluja que se vió obligada al exilio huyendo de los combates.
María Rosa León
Caballero es una de los 3840 niños que viajan en el interior del famoso Habana,
buque que parte de aguas vascas camino de un exilio forzoso. Su testimonio esta
entresacado de una obra conjunta en el que se recogen experiencias personales de actores
involuntarios, víctimas de una contienda fratricida que dejó muertos, dolor,
exilio y un largo etcétera de penurias.
Para todos aquellos
que quieran leer este relato así como otro buen número de ellos que acompañan
al mismo, junto a estas líneas inserto el enlace a la página web donde se
encuentran alojados.
Espero que la entrada
guste y hasta la próxima.
María Rosa…una de los 3840 niños
embarcados en el buque La Habana
María Rosa León Caballero
Niña evacuada a
Inglaterra
Nací el 7 de
septiembre de 1929 en Portugalete, provincia de Vizcaya. He aquí mi testimonio:
En el mes de Julio de
1936, como cada año, mi madre está preparándonos
todo lo que se
necesita para pasar las vacaciones de verano en Ávalos, pueblecito de la
provincia de Álava en la Rioja donde vivía mi abuela materna. Esos preparativos
se
desarrollaban con una
intensa alegría.
Vamos a casa de la
abuelita primero nosotros: mi madre, mi hermano y yo. Mi padre, profesor en la
escuela naval de Bilbao, vendrá más tarde cuando acaben los exámenes de fin de
año.
Unos días después de
nuestra llegada al pueblo, el día 18, se produce el levantamiento fascista
contra la República.
El día 20, a la una y
media de la tarde, cuando estábamos a punto de comer, llaman con violencia a la
puerta:
¿Quién será? pregunta mi madre algo
inquieta… ¡Será un pobre desgraciado!
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Andando hasta la puerta
que lleva dos hojas horizontales, va buscando una limosna
en el bolsillo de su
delantal al cual estoy agarrándome.
Al abrir la hoja
superior, ve a dos guardias civiles que le apuntan con una escopeta.
De miedo y para defenderse,
intenta volver a cerrar esa parte de la puerta.
Furiosos, dando golpes
con la culata, los guardias mandan :
¡Abran… abran la
puerta!
Yo, aterrorizada, sin
poderme mover, me quedo pegada a las faldas de mi madre y así tendré
conocimiento de lo que sigue:
¿Hay hombres aquí?
No, estoy sola con mis hijos y mi madre… mi marido está en Bilbao.
Así fué como tuve mi
primer contacto con la guerra y nunca olvidaré cómo trataron a mi madre.
Tampoco olvidaré el desprecio y la brutalidad de esos guardias civiles.
A los tres días,
Lanas, hijo del pueblo y jefe de la falange, vuelve a casa de mi abuela :
“Tengo órden de
quitarle su radio…
¡Sinverguenza, no
tienes derecho quitarme lo que me pertenece!
Y tú, dirigiéndose a
mi madre, tienes mucha suerte que no esté aquí tu marido…Pués lo hubiéramos
encarcelado… Y ahora quédate tranquila y ninguna de las dos pueden salir…»
Mi madre y mi abuela
entendieron que quedaban prisioneras en casa. Yo era la única que podía salir.
Y así fué cómo un día, en la plaza del pueblo, ví a tres mujeres de
republicanos a quienes habían cortado el pelo de cualquier manera… Las
amenazaban:
«En ayunas, váis a
tomar ese vaso de aceite de ricino… »
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Más tarde tendré
conocimiento de lo que ocurría a esas pobres mujeres cuando los fascistas iban
paseándolas por el pueblo mientras ellas no conseguían aguantar esa purga… ¡Qué
barbaridad!
Otra barbaridad. Un
día, tres muchachas que conocían a mi abuela vinieron a casa corriendo y
llorando.
«Doña Ángela… a la
madrugada, se nos han llevado a nuestros maridos con otros hombres en las
afueras del pueblo… y nos los han matado !Acaban de decirnos que teníamos que
ir a buscar los cuerpos… Y éso… ¡sin gritos ni llantos, ni sólo una lágrima!»
¿Cómo podían pensarse
esas chicas que esos asesinos les hacían un favor al desvolverles el cuerpo de
sus maridos? ¿Cuántos desaparecidos quedan en las fosas comunes?
Nos quedamos nueve
meses en casa de mi abuela hasta que, de noche, con ayuda de unos amigos del
pueblo, pudimos huir a San Sebastián, y con la Cruz Roja inglesa, llegamos en
casa a Bilbao. Pensábamos que se había acabado esa pesadilla pero
seguimos con los
bombardeos alemanes de la Legión Cóndor.
Me quedé mucho tiempo
con esa idea: He vivido muchos años metida en un sótano.
Un día, mis padres nos
explicaron, a mi hermano y a mí, que para protegernos de
esos bombardeos, nos
iban a mandar a Inglaterra, en Southampton. Eso ocurrió
después de los
bombardeos de Durango, Guernika, Bilbao. Y el día 21 de mayo de 1937, zarpamos
en el buque la Habana con 3840 niños. Muchos eran los que decían que éramos más
de 3840 niños.
Estábamos a punto de
subir con mi hermano, Santi su amigo, Esther y otros hijos de amigos cuando le
dije a mi madre :
¡Mamá-amachu, no te
preocupes, que no nos vamos a reñir con Esther, que nos vamos a querer mucho!
Con esas palabras, yo
pensaba que tranquilizaba a mis padres. Nunca pensé que nos abandonaban, al
contrario, les tenía mucho agradecimiento por salvarnos de esa barbarie
fascista.
Cuando lleguamos a
Southampton, los ingleses nos estaban esperando… y les estoy muy agradecida de
la acogida que nos reservaron, siendo muchos niños. Nunca critiqué a Inglaterra
y siempre le tuve mucho reconocimiento por lo que hizo para nosotros,
los niños. Pero cuando
me enteré de la actitud que tuvo el gobierno inglés en contra de la República
española, cambié de opinión.
En Inglaterra, pasaban
los días, pero las noticias de España no iban mejorando. Mi hermano de 12 años,
Santi y unos amigos se escaparon para regresar a España y luchar con las tropas
republicanas.
Lograron subir en un
barco y se escondieron. Pero pronto los descubrieron y regresaron al campo.
Nadie les riñó.
Dos pruebas de los
traumas vividos por esos niños: Cuando volaban aviones ingleses sobre nosotros,
había un pánico espantoso. Todos buscábamos a escondernos de las bombas. Se
oían gritos, lloros y llamadas :
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¡Mamá,.…mamá,…
amachu,…mamá………………… !
Los ingleses nos
explicaron que aquí, en Inglaterra, no tendríamos riesgo alguno.
Otra cosa: a nuestra
llegada en el campo, el panadero nos traía pan. Había que ver cómo esos niños
hambrientos se agarraban a esas bolsas de pan llevadas a la espalda. A esos
niños, nunca se les riñó. Se les explicó que aquí, en Inglaterra, podrían comer
todo el pan que quisieran y unos días después, se arregló la cosa.
Pero mi salud empezó a
empeorar. Por eso ingresé en un hospital donde me hice amiga con Ana María. Yo
noté que esa niña era frágil, con la piel azulada. Una noche angustiada me llama:
¡María Rosa, María
Rosa … date prisa, ven a verme!
Cuando llegué a su
cama, me cogió las manos, me las apretó muy fuerte y dió su último suspiro.
Para mí, fue un trauma increíble.
Al salir del hospital,
me recogió una familia que tenía una hija de mi edad y que se llamaba Betty.
Pero mi salud iba empeorando.
Carmen Urrutia, amiga
de mi familia, vino a buscarme y me llevó a Bayonne donde estaban mis padres.
Me pasé nueve meses en
Inglaterra. Mi hermano se quedó allí unos meses más. En esos tiempos, lo que
más me faltó fué la presencia de mi padre y de mi hermano.
El 13 de abril de
1938, mi padre recibe su nominación para Burdeos. Allí, tenía la obligación de
administrar los barcos republicanos españoles de la Marina de Mercancías y de
la Pesca. Así fue cómo vinimos a vivir en Burdeos.
En los últimos días de
agosto y principio de septiembre, mi hermano, a los 14
años, regresó de
Inglaterra y vino a vivir con nosotros en Burdeos.
Toda la familia ya
estaba otra vez junta. Pero ya sabíamos que otra guerra nos estaba esperando…
Al haber perdido la
guerra la República, mi padre tuvo que entregar los barcos al gobierno de
Franco. Dos emisarios franquistas vinieron a Burdeos a ver a mi padre para que
les entregases los barcos, lo que hizo. Propusieron a mi padre volver a España:
¡Allí tendrá Vd la
dirección de la Escuela Oficial de Naútica de Bilbao, donde enseñó!
Temiendo una trampa,
pero sobre todo rechazando toda idea de servir a Franco declinó la propuesta.
En el verano de 1939,
la señorita Colette Berthé me enseño el francés. Y aquello lo hice leyendo
libros para niñas en francés.
En octubre, yo ingresé
en la escuela pública que se llamaba “escuela Goya”, situada en la calle Santa
Lucía.
No puedo acabar mi
testimonio sin nombrar a mi maestra, la señora Faux, a quien tenía una gran
admiración.
Un día, sin haber
tocado a la puerta, entran dos policías franceses vestidos de largos
impermeables de cuero negro. Van hacia nuestra maestra y le dicen brutalmente:
¡Acompáñenos!. Sin resistir,
la señora Faux se levanta de su silla y nos dice: ¡Ya volveré con mi honor! … y
salió.
Sabíamos que lo que
ocurría en esos momentos era muy grave. Nos pusimos todas a llorar. Y nunca más
tuvimos noticias de nuestra maestra. Ese día supe que el fascismo aún estaba presente.
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