lunes, 3 de febrero de 2014

LOS CONDE-PELAYO DE PORTUGALETE (II)






Escudo de los Conde-Pelayo en la casa natal del Médico Juan José. Fotografía obtenida del blog http://www.vallespasiegos.es/casa-solariega-del-linaje-conde-pelayo-en-vega-de-pas/

Pues bien, había tantos detenidos en 1917 que a don José y a su yerno, José Tejada, los metieron, junto con muchos más, en una escuela. Pero a don José lo trasladaron muy pronto al hospital, pues un alto oficial del ejército pasó por casualidad ante el aula donde don José trataba de descansar _ya no era joven, eso sucedió cuando él tenía 70 años_ y vio un montoncito de papeles de seda; entonces preguntó: "¿Está ahí el doctor Conde-Pelayo?". Cuando le contestaron que sí los militares a cargo de los presos, se indignó y echó un verdadero discurso, diciendo que era una vergüenza tener detenido a un hombre así.
La actitud del militar de alto rango era comprensible. Tenía un hermano, militar también, y éste vivía en Sestao con una mujer que le había dado un hijo; al ser trasladado a otro puesto, recomendó a su hermano que cuidara de la mujer y el niño, cosa que aquél hizo religiosamente. Pero el niño cayó enfermo, y todos los médicos que lo vieron lo desahuciaron. El oficial estaba desesperado a la idea de tener que anunciar la infausta nueva a su hermano, pero alguien le dijo: "Hay un médico en Portugalete que tal vez pudiera salvar al niño... pero esrepublicano y los curas no lo quieren...". Al oficial lo único que le importaba era la vida de su sobrino. Llegó don José, salvó al niño y cobró, como de costumbre, una cuenta ridícula por lo baja. Y, naturalmente, había dejado en la casa del militar su "tarjeta de visita", un montoncito de papeles de seda.
Por eso, durante la huelga, aquel oficial hizo lo más que pudo por aliviar un poco la miserable situación de don José.


José Tejada, actor y músico y padre de Leonor Tejada Conde-Pelayo.

Era muy grande su preocupación por los microbios que, como médico, podía transmitir de un enfermo a otro, de modo que después de haber visitado a un enfermo contagioso, entraba en la panadería y se metía hasta el fondo; después de quitarse la ropa, se la entregaba a un tahonero pidiéndole que la introdujera un momento en el horno, después de lo cual volvía a vestirse y se marchaba, con la conciencia tranquila. A veces, la sastra que tenía su tienda junto a la panadería corría tras él: "Don José, deje que lo cepille, está usted sucio". "Sucio, no_replicaba_, en este momento no tengo microbios", mientras la sastra lo cepillaba a conciencia.
Don José no llevaba maletín. Repartía todo lo necesario entre sus bolsillos.
Así tenía las manos libres para ayudar a quien lo necesitara: una mujer cargada con dos pesadas bolsas, un obrero con sus herramientas...
Las lecheras, al terminar la mañana, lo acosaban: "Don José, Sólo me queda un litro...". Don José pagaba, indicando: "Anda, llévaselo a mi hija". Y su hija Leticia no sabía qué hacer.
Algunos días, con tanta leche. "Haz arroz con leche", le replicaba su padre. Y cuando algún enfermo necesitaba leche y no podía pagarla o ya no había, don José indicaba: "Vayan a pedirle a mi hija", de tal modo que en la casa de don José había a veces tanta leche que todas las cazuelas estaban ocupadas... y de repente no quedaba leche ni para la familia. ¡Ah, qué don José!
Don José era astrónomo, y no se cansaba de contemplar el cielo estrellado por las noches. En ocasiones, al verlo en la plaza mirar al cielo, se acercaban marinos, pescadores y simples paseantes: "Don José ¿qué está mirando?". Entonces el científico explicaba: que si Casiopea, que si la estrella Polar, las Osas, las Siete Cabrillas... Y todos escuchaban, aprendiendo.

Como era tan buen matemático, escribió acerca de las pesas y medidas. Y nos dejó el "Pitágoras", que se ha vuelto obsoleto con la invención de las calculadoras primero, de las computadoras después.

El "Pitágoras; Libro de cuentas ajustadas" fue impreso en Portugalete por Bayo, sí, el de la imprenta de la Calle'el Medio, en 1907, y en él consta: Imprenta y Librería de Mariano P. Escartín, teléfono número 3010. El prólogo lo había escrito en 1880 don Eulogio Jiménez, astrónomo.



La primera parte del libro _págs. 9 a 88_ encierra un Compendio de Aritmética, y encontramos entre esas páginas "Pesas y medidas legales españolas establecidas por Real Orden de 26 de enero de 1801". Lo que nos permite comprobar que "una vara = 3 pies = 36 pulgadas = 432 líneas = 5.184 puntos", y así por el estilo.

Don José confesaba que les había perdido el respeto a los zapateros, pues no encontró dos que tuvieran el mismo rasero en cuanto a las medidas de los pies. Y la cosa sigue igual, pues en los diferentes países rigen distintos números y comprarse zapatos en el extranjero es algo conflictivo.

En 1918 la gripe se abatió sobre nuestro pueblo al igual que sobre el resto de Europa. Don José tenía enfermos a sus hijos Volney y Leticia. A Angel le tocó ocuparse de la casa y cuidar de Leti y de su hijita, a la que hubo que destetar.

Volney se curó prácticamente solo: daba una caminata todas las mañanas hasta la punta del muelle y, para regresar, esperaba ver que algún pescador conocido volviera en bote de remos; y remando volvía hasta el embarcadero, cubierto de sudor, para meterse en la cama el resto del día, alimentándose sólo con leche. La casa de Conde-Pelayo era la única que disponía de toda la leche que quisiera, pues las aldeanas sabían quién les compraba siempre, la necesitara o no.

Los otros médicos disponían de un coche que el Ayuntamiento les asignó; no así don José, pues allí por donde él andaba cuidando a sus enfermos, no había coche que llegara. Y como los médicos debían dar parte de las defunciones al Ayuntamiento, un empleado recién llegado se sorprendió: "Ese doctor Conde-Pelayo no tiene muchos pacientes ¿verdad?". "¿Por qué?". "No ha declarado más que dos defunciones".

Así fue, durante la gripe de 1918 don José sólo perdió a dos enfermos, y uno de ellos fue porque lo llamaron demasiado tarde. Ni que decir tiene: cuando llegaba a su casa por la noche, rendido de cansancio, Angel le quitaba las botas y le preparaba un baño de pies. Apenas veía a los enfermos de la casa y se acostaba. Cuidó de todos menos de los suyos; fue Angel quien llevó toda la responsabilidad.

Don José sólo tuvo una nieta, Leonor, hija de su hija Leticia, la que se ocupaba de su casa y contrajo nupcias con José Tejada Ramírez de la Piscina.

Fue realmente el amor del final de su vida; y ese amor era recíproco. En cuanto su nieta empezó a hablar, lo primero que el abuelo le enseñó a decir fue: "No me bese usted que me puede pegar sus microbios". Y además le enseñó a hablar esperanto, de manera que la niña aprendió español y esperanto a un mismo tiempo.

Don José era un gran partidario del idioma internacional, y es natural pues era un gran pacifista, anticolonialista y antimilitarista. Pero cuando volvió de su arresto, en 1917, había visto cosas tan horribles a su alrededor que, indignado, sólo comentó: "Habría que colgar a uno de cada árbol de la plaza".

Don José no tenía ingresos. En realidad, se arruinó ejerciendo la medicina, porque visitaba a los enfermos más pobres de Portugalete, Santurce, San Salvador del Valle, Sestao, Baracaldo, Las Arenas, Algorta... etc... etc... Cuando necesitaba dinero, vendía una propiedad, y el producto lo guardaba en su billetera... hasta que se gastaba, y entonces vendía otra propiedad. Así llegó a vender la casa solariega en la Vega de Pas, donde había nacido, y que todavía
ostenta el escudo, en piedra, de los Condes Pelaïos. Jamás se le habría ocurrido a don José poner el dinero en un banco para cobrar interés, ni comprar acciones, ni poseer un negocio.
La historia de don José Conde-Pelayo no termina el día 5 de julio de 1922, con su deceso.
En efecto, las autoridades no quisieron otorgar el permiso para que fuera enterrado. La Diputación de Vizcaya se opuso terminantemente a dar el permiso.


Fachada de la casa natal del doctor Conde-Pelayo. Fotografía obtenida del blog http://www.vallespasiegos.es/casa-solariega-del-linaje-conde-pelayo-en-vega-de-pas/

Los hijos de don José tuvieron que poner un telegrama a Madrid, a la familia Salmerón, para que la orden de inhumación llegara del Ministerio de Gobernación.

Mientras se esperaba el permiso de inhumar, la gente se agolpó para despedir a "su" médico. Las mujeres lloraban: "¡Ay! _decían al cuerpo inerte_ ¿quién va a cuidarnos ahora que tú te has ido?". Y un niño preguntó a su padre: "¿A qué huele, padre?". Y el padre respondió: "Es lo que se llama olor de santidad. Pero a él los curas no lo querían".

Y llegó finalmente el permiso, poniendo fin al interminable desfile de dolientes, pero el entierro debería efectuarse a las 7 de la mañana. Fue el último Esquela aparecida en el diario bilbaino El Liberal, con motivo de la muerte del médico Juan José Conde-Pelayo. Fue el último
esfuerzo por impedir que el afecto de la población acompañara hasta el cementerio al que había sido "médico de los pobres".

Se verificó el entierro, con un séquito de más de 3.000 personas, disputándose los hombres el honor de llevar el féretro en hombros.

En la billetera de don José quedaba justo el dinero necesario para pagar los gastos de su entierro.

No acabaríamos de contar anécdotas de la vida de Juan José Conde-Pelayo en Portugalete.

Hubo una terrible tormenta, y no todos los barcos de pesca habían regresado al puerto. Mientras se organizaba el salvamento, don José bajó y dijo: "No os acompaño porque ya estoy viejo, pero me quedaré aquí toda la noche si es necesario, para atender a quienes necesiten de mis cuidados".

Cuando se organizó el sindicato de metalúrgicos en Baracaldo, fue médico del sindicato. Y muchas veces hubo de negar el certificado a algunos "accidentados", pues era fácil comprobar que se habían "mancao" _así decíamos_voluntariamente para cobrar y tomarse vacaciones. Pero a los del sindicato, también les dijo: "Seguiré siendo vuestro médico mientras no tengáis dinero para pagarme, pero tan pronto como vuestros ingresos os lo permitan, deberéis conseguir un médico más joven".

La niña Pilar Mauleón, de Sestao, se hirió en una pierna, y la herida se le gangrenó. Su madre, Mónica, la llevó donde un médico que dictaminó: "Hay que cortar la pierna". Y Mónica respondió: "¿Una hija mía coja?. Prefiero verla muerta". Después de lo cual fue a ver a don José.

El tratamiento fue inventado por él: un día sí y otro no, Mónica llevaba a su hija a Portugalete. Y don José vertía agua hirviendo sobre la pierna de la niña: los pedazos de carne muerta se desprendían hasta que no quedó ninguno. Es cierto que Pilar siempre cojeó un poco, pero caminaba sobre sus dos piernas. Años después _ya había fallecido don José_ Mónica y su hija tuvieron que acudir a un médico de Bilbao, y al ver la pierna de la joven, éste exclamó: "¡Qué quemadura tan terrible!". "Fue gangrena, doctor". "¿Gangrena? ¡Imposible!". Y Mónica
relató la historia; el médico bilbaíno se quedó pasmado.

Su hija Leticia contó, en una oportunidad, que estaba convencida de haber sufrido poliomielitis, y que su padre se la curó dándole baños muy calientes y masaje en brazos y torso, donde sentía unos dolores atroces. Y manifestaba que se alegraba de ello, pues parece ser que cuando se sufre poliomielitis y se salva uno, los descendientes se encuentran inmunizados.
Don José no acostumbraba escribir recetas. Las medicinas de patente de la actualidad no existían, y el buen médico se las arreglaba para curar a sus pacientes. Llevaba muchos meses de haber fallecido, y había ex pacientes suyos que venían a pedir a los hijos del médico "un sobre que me daba don José” contra esto o aquello... hasta que los sobres que habían quedado se agotaron.
 

Leonor en las rodillas de su abuelo el médico Juan José Conde-Pelayo

Don José aprovechó bien los casi cinco años que tuvo a su nieta para enseñarle no sólo esperanto sino muchas cosas más. La niña conocía el arte antiguo de manera empírica. Un domingo por la mañana salió don José con su nieta; no sólo estaba la plaza llena de aldeanas con sus productos a la venta sino que había un poco de todo. Una mujer sin brazos, sentada en el suelo junto a la estatua de don Víctor Chávarri, se daba en espectáculo levantando cosas con los dedos de los pies y desplegando actividades inauditas. Don José preguntó a la niña: "¿Sabes quién es?". Imperturbable, Leonorcita respondió: "Sí. La Venus de Milo".

Cuando sus hijos eran todavía pequeños, solía ser costumbre de don José salir con ellos el día primero de enero para ir a nadar junto al muelle que une Portugalete con Santurce, bajando unas escaleras para llegar al agua. Desde luego, Vizcaya no está en el Polo Norte, pero brrrr ¡qué frío!
Un mausoleo fue erigido en 1929 en el cementerio civil de Portugalete, por suscripción popular, para guardar los restos de don José. En 1985 se introdujeron en él las cenizas de su hija Leticia. El terreno en que se yergue el mausoleo es propiedad Conde-Pelayo hasta el año de 2028.

No volvió don José a su pueblo natal, la Vega de Pas, más que una vez, pero no para residir sino para vender la casa de la familia.

Desde que llegó a Portugalete se entregó a la gente del pueblo y de sus alrededores, para cuidarla en su salud y enseñarle, mediante conferencias o charlas improvisadas, algo de esa cultura general de que tan gravemente carecía el pueblo entonces, con su gran proporción de analfabetos.

Nunca pensó don José en abandonar Portugalete. ¿Tendría malos recuerdos del pueblo de su niñez, la Vega de Pas?

El caso es que en 1904 vendió la casa en que había nacido, una casa que se Placa de la calle dedicada actualmente en Portugalete al doctor Juan José Conde-Pelayo. puede ver en la plaza del pueblo y que todavía ostenta el escudo de los Conde-Pelayo con su ortografía antigua. Ya había fallecido para entonces doña María, y ella no habría consentido en que se vendiera la casona familiar... en 800 pesetas.

Más arriba del Cristo, una pequeña plaza rodeada de edificios modernos, lleva el nombre de Conde-Pelayo, y muchos portugalujos de hoy se preguntarán quién fue. Ojalá se reuniera documentación suficiente para enseñar al pueblo qué hombres ilustres tuvo, aunque modestos, y se publicara un pequeño libro con sus biografías: doña María Díaz de Haro, don Víctor Chávarri, el alcalde Salcedo, el Dr. Conde-Pelayo y muchos más de los que ya ha olvidado el nombre el ciudadano de hoy.

 
III - LOS URRAZA

Doña María Urraza Larrocea, esposa de don Juan José Conde-Pelayo, era hija de un zapatero, Gervasio Urraza Aspiazu.

Esta familia era portugaluja desde que tenía memoria. Durante la guerra carlista, Gervasio tuvo que alojar soldados en su casa, y mantuvo a sus hijas encerradas en el camarote por miedo a lo que pudieran hacerles. Su esposa se llamaba Josefa Larrocea Arnótegui y, para ayudarse, recibía huéspedes en su casa. Así fue como albergó al joven médico cuando éste llegó a Portugalete, antes de que se casara con su hija María Francisca y pusiera casa.

Al final de sus vidas, los suegros vivieron en casa de su yerno, en la calle Salcedo, 2, 2° izquierda, donde fallecieron, ella primero, Gervasio después. Pero sus últimos años,  después de haber perdido a su hija, los pasaron rodeados de sus nietos: Volney, Angel, Leticia, Zaida _que también iba a fallecer_ y Delfina.

Familia de la vieja cepa vizcaina, los Urraza. Y un apellido que se encuentra también en México, donde inclusive hay una calle de "Angel Urraza", quien dejó un excelente recuerdo en personas que lo conocieron.

Además de María, sus otras hijas fueron Concha _madre de Esteban Bilbao, que radicó en la República Argentina_ y Caya, que tuvo dos hijas.

IV - LA SEGUNDA GENERACION DE CONDE-PELAYOS
EN PORTUGALETE

Don Juan José y doña María Francisca tuvieron la pena de perder a su primer hijo, Uriel. Una hija, Zoraida, también se les murió de pequeña. Llegó Volney, después Angel y, por fin, Leticia, a quien pusieron ese nombre por la palabra latina que significa alegría y que todavía no se había generalizado tanto, en todo caso no después de Laetitia Ramolino, madre de Napoleón Bonaparte.

Siguieron Zaida, que perdió la vida a consecuencia de una terrible travesura, y Delfina, que acabó metiéndose monja.

Volney Conde-Pelayo Urraza

Nació el 20 de junio de 1889, en Portugalete; falleció en Bilbao, el 15 de noviembre de 1972.

Como su hermana Zoraida había fallecido poco antes de nacer Volney, éste fue mal aceptado por su madre, desesperada. Pero como vinieron más hermanos, doña María acabó por resignarse.

Volney era reflexivo, callado y tímido. Estudió bachillerato, pero en vísperas de presentar examen, se acobardó y se fugó de casa para irse a América. No se iba solo sino con el hijo de una ama de cura; como el muchacho dejó una carta a su madre, no tardó la policía en alcanzar a los dos prófugos, antes de que zarpara el barco en que pensaban viajar de polizones. Y Volney volvió a casa, pero nunca presentó el examen.



Volney Conde-Pelayo.

Cuando llegó la hora del servicio militar, don José pagó para que no fuera, ya que entonces así funcionaba el sistema del reclutamiento. Es decir, que Volney perdió dos oportunidades de conocer la vida fuera del microcosmos que era Portugalete.

Después de fallecer don José, Volney se presentó a oposiciones para bibliotecario de la biblioteca Miguel de Unamuno, en Bilbao. Sacó la más alta calificación, pero otorgaron el puesto al segundo. Evidentemente, por política.

Pero esta vez los Conde-Pelayo no cedieron y el asunto llegó hasta el Tribunal Supremo, en Madrid, que dictaminó que el puesto sería para Volney. Iba Volney a Madrid, precisamente por ese asunto, cuando lo detuvieron en el tren... "porque iba a Madrid a matar al rey". Bien sabían los militares que no era cierto, pues la familia Conde-Pelayo, aun cuando republicana, era enemiga de la violencia: ni la fomentaba ni la practicaba.

En una mazmorra de la cárcel _que no en una celda_, se presentaron dizque para interrogarle, pero al oírles decir: "Ahora vamos a ver quién es hombre aquí", Volney comprendió lo que lo esperaba y, tratando de suicidarse, se precipitó de cabeza contra el muro, dándose golpes hasta perder el conocimiento.

Un poco asustados, lo llevaron a un hospicio donde pasó la noche entera atado a un banco del patio, en pleno mes de enero, en Madrid, con la cabeza cubierta de sangre. Después de hacerle sus curaciones a la mañana siguiente, lo metieron en una celda acolchada para locos furiosos.

Quiso la casualidad que un diputado republicano o socialista anduviera por ese hospicio investigando, y al llegar a la celda en cuestión, la monja le dijo, espantada: "Ahí está un tipo peligrosísimo. Quería matar al Rey". Intrigado, el diputado preguntó quién era: "Un tal Conde-Pelayo". Como el apellido le sonara, exigió que lo dejaran entrar en la celda. Allí estaba Volney; 


el diputado se presentó y preguntó si podía hacer algo por él. "Sí, avise a los Salmerón que estoy aquí". Y gracias a eso pudo ser liberado.

Cuando volvió a Portugalete, se había vuelto más introvertido aún, más tímido y más callado. Pero ocupó finalmente la biblioteca Miguel de Unamuno de Bilbao, en la calle Colón de Larreátegui, frente al cine Trueba.

Al leer las obras de Carlos Marx, Volney se volvió marxista. Podemos decir que fue el mayor conocedor de Marx y el marxismo en toda España. Artículos suyos salían más o menos en todos los periódicos españoles, desde 1931... artículos que no cobraba, por supuesto, siguiendo la tradición de su padre que tampoco cobraba las visitas.

Publicó en 1932 o 1933 un grueso volumen, "Artículos Marxistas", que no fue un éxito de ventas, pues solamente podía interesar a sociólogos o políticos, por lo pesado del tema. Es
cierto que en 1968 los estudiantes de Estados Unidos descubrieron a Marx... pero las condiciones habían cambiado mucho, y ya sus presagios se habían vuelto obsoletos.

Volney había escrito versos de juventud, entre ellos "La canción del proletario", a la que Medardo Díez puso música. Pero cuando leyó que Carlos Marx había quemado todos sus
poemas de juventud, también Volney destruyó los suyos, y el citado sólo sobrevivió porque había sido publicado.

En 1917, durante la huelga, Volney y su hermano Angel se habían escondido en una buhardilla de Bilbao. Desde allí veían el patio de la cárcel de Larrínaga, y podían observar los simulacros de fusilamiento para destrozar el ánimo de los presos. Se prometieron que en
el caso de ver a su padre en esa situación, ambos se entregarían. Pero ¿por qué los perseguían? Porque se sabía que la huelga iba a ser un intento de derrocar a la monarquía e imponer la República... y todos los republicanos eran sospechosos.

Durante la guerra de España, cuando cayó Vizcaya en 1937, Volney se fue hacia Asturias. En Oviedo lo detuvieron y pasó años en un campo de concentración de Miranda de Ebro. ¿Por qué? Siempre lo mismo.

Volney terminó sus días en el hospital de Basurto. Su exigua pensión de funcionario jubilado y su mal estado de salud justificaron que fuera internado.

Allí convivía con su hermana Delfina, quien gozaba de una pensión del Colegio de Médicos, en honor a la memoria de su padre.

Nunca dejó de escribir, pero ya no de marxismo sino de historia, crónicas, antologías, biografías. Su máxima ambición, en sus años terminales, era que su familia volviera a reunirse con él. Pero nunca pudo lograrlo, y lo único que mantenía el vínculo familiar era una abundante correspondencia que finalizó en 1972.

Angel Conde-Pelayo Urraza

Nacido el 1° de octubre de 1891, falleció en Francia en 1967.

Fue un niño inquieto; cuando doña María observó que estaba interesadísimo en la máquina de coser, sacó en conclusión que debería hacerse sastre, y desde pequeño lo metió en la sastrería de Onofre. En aquella época no había exámenes para determinar aptitudes profesionales, como en la actualidad. En realidad, lo que interesaba al niño era el funcionamiento de la máquina, y habría sido un excelente ingeniero. En cambio, sólo fue un buen sastre pero sin entusiasmo.

Tendría Angel unos ocho años de edad cuando cayó enfermo con difteria. Don José sabía que ya existía la curación en Francia para tan terrible enfermedad, pero todavía no había llegado a los médicos de Vizcaya. Sólo había dos caminos: dejar que el niño muriera asfixiado o efectuar una traqueotomía. Doña María lloraba: "¡Ay Conde! Si fracasas dirán que has matado a tu hijo".
Pero don José no quería darse por vencido sin luchar. Mandó al piso de arriba a los demás hijos y, con ayuda de doña María y de un vecino, procedió a efectuar la traqueotomía, abriéndole la garganta a Angel, introduciendo un tubo en el orificio y viendo cómo el niño comenzaba a respirar sin obstáculos. La vecina del piso de arriba, con el oído pegado al suelo, al dejar de oír los horribles estertores de la respiración del enfermito, se levantó, exclamando: "Ha muerto". Pero el niño vivió y siempre mostraba orgullosamente la cicatriz que le había quedado de tan atrevida operación en la que su padre le había infundido nueva vida.



Angel fue a la Argentina sin el consentimiento de su padre, aunque sus hermanos sabían lo que iba a hacer y lo ayudaron. No encontró campo abierto allí tampoco, y volvió a Portugalete. Por algún tiempo estuvo trabajando de mecánico en un taller frente al transbordador, y también fue chófer de don José Cotorruelo, que tenía una fábrica de calzado en Bilbao.

Entre esto y aquello conoció a Juana Cruz, original de la provincia de Salamanca, con quien se casó en 1927.

El primer hijo, Evelio, nació en 1929. Después nació Diana. Un niño que murió antes de cumplir dos años, Ulises, nació en 1934.

Angel militó en el partido de Izquierda Republicana. Al estallar la guerra de España, no combatió pues ya no era lo suficientemente joven, pero ocupó varios puestos de responsabilidad en la retaguardia. Al caer Vizcaya en 1937 consiguió enviar a su esposa y sus dos hijos a Francia.

Tiempo después se reunió con ellos y todos juntos fueron a Barcelona. Pero al empeorar la situación, envió a Diana y Evelio a París, adonde su hermana Leticia. Y tuvieron en Barcelona una hijita, Ceres.

Al caer finalmente el ejército republicano, Angel, su esposa y su hijita emigraron a Francia; vivieron un tiempo en Romorantin, y después de la ocupación de Francia por los alemanes, se trasladaron a Chelles-sur-Marne donde su hermana Leticia los ayudó como pudo. Otra hijita, Juno, completó la familia.

Se ha perdido su rastro, después de su fallecimiento y el de su hermano Volney.

Leticia Conde-Pelayo Urraza

Nacida el 12 de julio de 1892, Leticia falleció en México el 10 de febrero de 1980, rodeada de su hija, sus nietos Marie Irène y José Román, nieta política Guadalupe y su bisnieto Román.

La llegada de Leticia al mundo devolvió la alegría a doña María. Era una madre severa y no vacilaba en aplicar castigos corporales a aquellos diablejos que tenía por hijos.

Desgraciadamente, no había cumplido aún los diez años Leticia cuando su madre falleció, falleció, y la niña quedó de ama de casa, aprovechando los consejos que, a sabiendas de que iba a morir, le había dado su madre durante sus últimas semanas de vida.

Leticia quiso aprender de todo: a hacer encaje de bolillos, a coser y hacer vestidos preciosos, a hacer labores de punto, a bordar a mano y a máquina; cocinaba, cuidaba a su padre, a su abuelo Gervasio y atendía a sus hermanos, mayores que ella, y a sus hermanas Zaida y Delfina, más pequeñas.

La casa de Conde-Pelayo era un oasis. Allí llegaban parientes y amigos, comían, pasaban una temporada, se marchaban y hasta la próxima. Y Leticia era el corazón palpitante de aquel hogar, aún cuando frecuentemente sus amigas desaparecían para reunirse alrededor de don José, que siempre tenía cosas interesantes que contar y enseñanzas que difundir. Entre los amigos de Angel y Volney estaba José Tejada, Pepe, que había empezado en la sastrería.
Confesando a Angel, en cierta oportunidad, que lo único que le interesaba era la música, el amigo le aconsejó que luchara por su afición, y así lo hizo, por lo que las reuniones en el piso de Salcedo 2 solían ser también musicales.
Tendría Leticia 17 años cuando se hizo novia de Pepe; un noviazgo que duró siete años, hasta que una tía del novio tomó las cosas en mano: "Pepe mantiene a su familia, tú, Leti, llevas la casa de tu padre. Tenéis que casaros o quedaréis ambos solterones". Y se casaron.

Don José quería mucho a Pepe, y Pepe a don José. El médico los había traído al mundo, a él y a sus hermanos.

Una vez casada Leticia, quedó Delfina a cargo de la casa, pero no tenía la menor predisposición, de manera que muy pronto Leticia se encontró viajando en el tren de Portugalete a Bilbao entre su marido y su padre, para ocuparse de todos a un mismo tiempo. Con el nacimiento de una hija en 1917, la vida de Leticia siguió complicándose un poco más.
En 1922, al fallecer don José, con Angel y Volney sin trabajo, Delfina tocando el piano y escribiendo versos malos, Leticia empezó a buscar la manera de conseguir dinero, pues Pepe no podía mantenerlos a todos. Entonces, aprovechando la amplitud del piso, tomó huéspedes de pago.

Cuando Volney empezó a trabajar en la biblioteca, se fueron todos a vivir a Bilbao, donde la crisis de alojamiento era tremenda, pero no quitaron el piso de Portugalete: se encerraban allí demasiados recuerdos.

Por primera vez Leticia empezó a llevar una vida normal. Poco le duró. Perdió a su marido en 1927.

Desesperada, con poca ayuda de parte de Volney con quien había vuelto a Portugalete, pues Angel estaba casado y vivía por su cuenta, decidió salir de España y llevar a su hija a estudiar a Francia.

El 27 de octubre de 1927 llegaban a París, donde Leticia aprovechó sus conocimientos de costura para sobrevivir.

Leonor ingresó en un colegio hasta que, en 1933, volvió a vivir con su madre, después de un par de meses pasados en Portugalete, durante las vacaciones.

La mayor alegría la tuvo Leticia en París, al enterarse de que la República había sido proclamada en España el 14 de abril de 1931.

La primera carta de Volney, después de proclamada la República, anunciaba: "Ondea en el Ayuntamiento la bandera republicana bordada por Leticia en 1917".

En efecto, en 1917, cuando se creía próxima la proclamación de la República, Leticia _inspirada en la gesta de Mariana Pineda un siglo antes_ había bordado una bandera tricolor: rojo, amarillo y morado; quién sabe dónde habría quedado aquella bandera o quién la habría conservado. El hecho era que en 1917, la familia Conde-Pelayo había tomado parte activa en la preparación de la "huelga general". Como los republicanos sabían que los esperaba una lucha despiadada, trataron de obtener armas por todos los medios. Acompañada de un señor que era simpatizante pero no "significado", Leticia, embarazada, se fue en tren a Eibar. El
santo y seña para la huelga era: "Cosas veredes". El acompañante de Leticia no sabía lo que significaba, y cuando llegó a la fábrica de armas se presentó y dijo al dueño: "Tengo que decir algo así como cosas verdes", y el dueño, muerto de risa, contestó: "Sí, hombre, sí, pase"; y le llenó la maleta de pistolas.

Al regresar, una pareja de la Guardia Civil se sentó al lado de ellos en el tren, y Leticia puso la maleta entre ella y un guardia, como asegurándose de que la cuidaría. Y pronto se vio que no habría huelga porque el Gobierno, sin saber muy bien cómo iba a ser la cosa, suspendió la publicación de todos los periódicos de España. Sólo unos pocos, conocidos por monárquicos y reaccionarios, se publicaron esos días.

Pero uno de ellos sacó un texto encuadrado, en letras grandes, que decía más o menos: "Hoy no salen los periódicos de España. Cosas Veredes...". Y por ser conocido el diario por lo que era, nadie se dio por enterado.
En unos cuantos días, todas las armas fueron devueltas al piso de Salcedo 2, por miedo; Leticia tuvo que esconderlas. Tan bien lo hizo, que cuando llegó un oficial con soldados a registrar la casa, pues se había dado el chivatazo, no encontraron nada... y eso que había armas y, además, una lista de nombres de los que tomarían el gobierno de la Villa al estallar la huelga.

Aquellos nombres habían estado copiados del puño y letra de un tal Micieces, quien exigió saber dónde estaba escondida la lista. Leticia le dijo que en el marco del retrato de don José. Pero cuando Pepe se enteró: "Es demasiada gente", declaró; sacó la lista del escondrijo, fue a la cocina, vació el tarro de la sal, metió dentro la lista y la cubrió con la sal. Curiosamente, lo primero que hicieron los militares al registrar la casa fue levantar todos los retratos y buscar dentro de los marcos.

La pena más grande que sufrió Leticia, aparte la pérdida de sus amados padre y esposo, fue el 18 de julio de 1936, al estallar la guerra de España.

En París, por nombramiento del embajador Luis Araquistáin, trabajó en la "Casa de España", de la Rue de la Pompe, adonde enviaban a los niños refugiados. Médicos españoles y algunos heridos de guerra también pasaron temporadas en ese refugio, que cerró sus puertas poco después de perdida la guerra por los republicanos.

El 10 de junio de 1940 entraron en París los alemanes. Leticia y su hija no habían abandonado la capital que tanto amaban, y sufrieron estoicamente las miserias que una ocupación extranjera impuso a Francia. Y pasaron aquellos años aciagos.

En 1948 Leticia se trasladaría a Guatemala con su hija y sus dos nietos, hasta que en 1961 la familia llegó a México.

La vida activa de Leticia había terminado; ahora era la matriarca, y su casa empezó nuevamente a ser lo que había sido la de Conde-Pelayo, con visitas constantes de alumnos y alumnas de su hija, y compañeros universitarios de sus nietos.

El 10 de febrero de 1980, a las 6 de la mañana, se apagó dulcemente mientras dormía.

Delfina Conde-Pelayo Urraza

Alumna de Braulio Zabarte, nunca llegó a ser concertista, ni siquiera una buena pianista. Se levantaba de la cama y se ponía a tocar el piano. De carácter algo díscolo, siempre en contradicción con el resto de la familia, esperó un par de meses después de la muerte de don José para marcharse de casa sin avisar, convertirse a la religión católica y, finalmente, hacerse monja.

Delfina murió en Portugalete, pocos años después de que falleciera Volney, su hermano mayor. Con el tiempo, los lazos familiares habían vuelto a estrecharse y ambos hermanos envejecieron juntos en el hospital de Basurto, borradas todas las diferencias.

Pero Delfina no llevó una vida feliz. Los versos que escribió son algo ramplones, pues nunca tuvo una inspiración de altos vuelos. Pero siempre fue una buena mujer, incapaz de hacer daño a nadie, y siempre ayudó a quienes estaban en peores condiciones que ella, tanto en España como durante su tiempo de refugiada en Berck, al norte de Francia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola,

llego a tu artículo buscando información sobre Esteban Bilbao. En tu artículo dices "sus otras hijas fueron Concha _madre de Esteban Bilbao, que radicó en la República Argentina_"¿Sabes en qué años? ¿Tienes más información sobre Esteban Bilbao, o puedes orientarme sobre dónde encontrarla? Me interesan especialmente los años 1934-1939.

Gracias

Anónimo dijo...

Arratsalde on!
Poseo una carta escrita y firmada por Volney Conde-Pelayo Urraza en el campo de concentración de Haro.
Si lo desea, puedo enviarle una copia.
Solo necesito una dirección electrónica.
Ondo izan,
Patxi