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Escudo de los Conde-Pelayo en la casa natal del
Médico Juan José. Fotografía obtenida del blog
http://www.vallespasiegos.es/casa-solariega-del-linaje-conde-pelayo-en-vega-de-pas/
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Pues bien, había tantos detenidos en
1917 que a don José y a su yerno, José Tejada, los metieron, junto con muchos
más, en una escuela. Pero a don José lo trasladaron muy pronto al hospital,
pues un alto oficial del ejército pasó por casualidad ante el aula donde don
José trataba de descansar _ya no era joven, eso sucedió cuando
él tenía 70 años_ y vio un montoncito de papeles de
seda; entonces preguntó: "¿Está ahí el doctor
Conde-Pelayo?". Cuando le contestaron que sí los militares a cargo
de los presos, se indignó y echó un verdadero discurso, diciendo que era una
vergüenza tener detenido a un hombre así.
La actitud del militar de alto rango
era comprensible. Tenía un hermano, militar también, y éste vivía en Sestao con
una mujer que le había dado un hijo; al ser trasladado a otro puesto, recomendó
a su hermano que cuidara de la mujer y el niño, cosa que aquél hizo
religiosamente. Pero el niño cayó enfermo, y todos los médicos que lo vieron lo
desahuciaron. El oficial estaba desesperado a la idea de tener que anunciar la
infausta nueva a su hermano, pero alguien le dijo: "Hay un médico en Portugalete que tal vez pudiera salvar al niño...
pero esrepublicano y los curas no lo quieren...". Al oficial lo
único que le importaba era la vida de su sobrino. Llegó don José, salvó al niño
y cobró, como de costumbre, una cuenta ridícula por lo baja. Y, naturalmente,
había dejado en la casa del militar su "tarjeta
de visita", un montoncito de papeles de seda.
Por eso, durante la huelga, aquel
oficial hizo lo más que pudo por aliviar un poco la miserable situación de don
José.
Era muy grande su preocupación por
los microbios que, como médico, podía transmitir de un enfermo a otro, de modo
que después de haber visitado a un enfermo contagioso, entraba en la panadería
y se metía hasta el fondo; después de quitarse la ropa, se la entregaba a un
tahonero pidiéndole que la introdujera un momento en el horno, después de lo
cual volvía a vestirse y se marchaba, con la conciencia tranquila. A veces, la
sastra que tenía su tienda junto a la panadería corría tras él: "Don José, deje que lo cepille, está usted sucio". "Sucio, no_replicaba_, en este momento no tengo microbios", mientras la
sastra lo cepillaba a conciencia.
Don José no llevaba maletín.
Repartía todo lo necesario entre sus bolsillos.
Así tenía las manos libres para
ayudar a quien lo necesitara: una mujer cargada con dos pesadas bolsas, un
obrero con sus herramientas...
Las lecheras, al terminar la mañana,
lo acosaban: "Don José, Sólo me queda un litro...". Don José
pagaba, indicando: "Anda, llévaselo a mi hija". Y su hija
Leticia no sabía qué hacer.
Algunos días, con tanta leche. "Haz arroz con leche", le replicaba su padre. Y cuando
algún enfermo necesitaba leche y no podía pagarla o ya no había, don José
indicaba: "Vayan a pedirle a mi hija", de tal modo
que en la casa de don José había a veces tanta leche que todas las cazuelas
estaban ocupadas... y de repente no quedaba leche ni para la familia. ¡Ah, qué
don José!
Don José era astrónomo, y no se
cansaba de contemplar el cielo estrellado por las noches. En ocasiones, al
verlo en la plaza mirar al cielo, se acercaban marinos, pescadores y simples
paseantes: "Don José ¿qué está mirando?". Entonces el
científico explicaba: que si Casiopea, que si la estrella Polar, las Osas, las
Siete Cabrillas... Y todos escuchaban, aprendiendo.
Como era tan buen matemático,
escribió acerca de las pesas y medidas. Y nos dejó el "Pitágoras", que se ha vuelto obsoleto con la
invención de las calculadoras primero, de las computadoras después.
El "Pitágoras;
Libro de cuentas ajustadas" fue impreso en Portugalete por Bayo,
sí, el de la imprenta de la Calle'el Medio, en 1907, y en
él consta: Imprenta y Librería de Mariano P. Escartín, teléfono
número 3010. El prólogo lo había escrito en 1880 don Eulogio
Jiménez, astrónomo.
La primera parte del libro _págs. 9 a 88_ encierra un Compendio de Aritmética, y encontramos entre esas páginas "Pesas y medidas legales españolas establecidas por Real Orden de 26
de enero de 1801". Lo que nos permite comprobar que "una vara = 3 pies = 36 pulgadas = 432 líneas = 5.184 puntos", y así por el
estilo.
Don José confesaba que les había
perdido el respeto a los zapateros, pues no encontró dos que tuvieran el mismo
rasero en cuanto a las medidas de los pies. Y la cosa sigue igual, pues en los
diferentes países rigen distintos números y comprarse zapatos en el extranjero
es algo conflictivo.
En 1918 la gripe se abatió sobre
nuestro pueblo al igual que sobre el resto de Europa. Don José tenía enfermos a
sus hijos Volney y Leticia. A Angel le tocó ocuparse de la casa y cuidar de
Leti y de su hijita, a la que hubo que destetar.
Volney se curó prácticamente solo:
daba una caminata todas las mañanas hasta la punta del muelle y, para regresar,
esperaba ver que algún pescador conocido volviera en bote de remos; y remando
volvía hasta el embarcadero, cubierto de sudor, para meterse en la cama el
resto del día, alimentándose sólo con leche. La casa de Conde-Pelayo era la
única que disponía de toda la leche que quisiera, pues las aldeanas sabían
quién les compraba siempre, la necesitara o no.
Los otros médicos disponían de un
coche que el Ayuntamiento les asignó; no así don José, pues allí por donde él
andaba cuidando a sus enfermos, no había coche que llegara. Y como los médicos
debían dar parte de las defunciones al Ayuntamiento, un empleado recién llegado
se sorprendió: "Ese doctor Conde-Pelayo no tiene muchos
pacientes ¿verdad?". "¿Por
qué?". "No ha declarado más que dos
defunciones".
Así fue, durante la gripe de 1918
don José sólo perdió a dos enfermos, y uno de ellos fue porque lo llamaron
demasiado tarde. Ni que decir tiene: cuando llegaba a su casa por la noche,
rendido de cansancio, Angel le quitaba las botas y le preparaba un baño de
pies. Apenas veía a los enfermos de la casa y se acostaba. Cuidó de todos menos
de los suyos; fue Angel quien llevó toda la responsabilidad.
Don José sólo tuvo una nieta,
Leonor, hija de su hija Leticia, la que se ocupaba de su casa y contrajo
nupcias con José Tejada Ramírez de la Piscina.
Fue realmente el amor del final de
su vida; y ese amor era recíproco. En cuanto su nieta empezó a hablar, lo
primero que el abuelo le enseñó a decir fue: "No me
bese usted que me puede pegar sus microbios". Y además le
enseñó a hablar esperanto, de manera que la niña aprendió español y esperanto a
un mismo tiempo.
Don José era un gran partidario del
idioma internacional, y es natural pues era un gran pacifista, anticolonialista
y antimilitarista. Pero cuando volvió de su arresto, en 1917, había visto cosas
tan horribles a su alrededor que, indignado, sólo comentó: "Habría que colgar a uno de cada árbol de la plaza".
Don José no tenía ingresos. En
realidad, se arruinó ejerciendo la medicina, porque visitaba a los enfermos más
pobres de Portugalete, Santurce, San Salvador del Valle, Sestao, Baracaldo, Las
Arenas, Algorta... etc... etc... Cuando necesitaba dinero, vendía una propiedad,
y el producto lo guardaba en su billetera... hasta que se gastaba, y entonces
vendía otra propiedad. Así llegó a vender la casa solariega en la Vega de Pas,
donde había nacido, y que todavía
ostenta el escudo, en piedra, de los
Condes Pelaïos. Jamás se le habría ocurrido a don
José poner el dinero en un banco para cobrar interés, ni comprar acciones, ni
poseer un negocio.
La historia de don José Conde-Pelayo
no termina el día 5 de julio de 1922, con su deceso.
En efecto, las autoridades no
quisieron otorgar el permiso para que fuera enterrado. La Diputación de Vizcaya
se opuso terminantemente a dar el permiso.
Fachada de la casa natal del doctor Conde-Pelayo.
Fotografía obtenida del blog
http://www.vallespasiegos.es/casa-solariega-del-linaje-conde-pelayo-en-vega-de-pas/
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Los hijos de don José tuvieron que
poner un telegrama a Madrid, a la familia Salmerón, para que la orden de
inhumación llegara del Ministerio de Gobernación.
Mientras se esperaba el permiso de
inhumar, la gente se agolpó para despedir a "su" médico. Las mujeres
lloraban: "¡Ay! _decían al cuerpo inerte_ ¿quién va a cuidarnos ahora que tú te has ido?". Y un niño
preguntó a su padre: "¿A qué huele, padre?". Y el padre
respondió: "Es lo que se llama olor de santidad. Pero a él
los curas no lo querían".
Y llegó finalmente el permiso,
poniendo fin al interminable desfile de dolientes, pero el entierro debería
efectuarse a las 7 de la mañana. Fue el último Esquela aparecida en el diario bilbaino El Liberal, con motivo de la muerte del médico Juan José Conde-Pelayo. Fue el último
esfuerzo por impedir que el afecto
de la población acompañara hasta el cementerio al que había sido "médico de los pobres".
Se verificó el entierro, con un
séquito de más de 3.000 personas, disputándose los hombres el honor de llevar el
féretro en hombros.
En la billetera de don José quedaba
justo el dinero necesario para pagar los gastos de su entierro.
No acabaríamos de contar anécdotas
de la vida de Juan José Conde-Pelayo en Portugalete.
Hubo una terrible tormenta, y no
todos los barcos de pesca habían regresado al puerto. Mientras se organizaba el
salvamento, don José bajó y dijo: "No os
acompaño porque ya estoy viejo, pero me quedaré aquí toda la noche si es
necesario, para atender a quienes necesiten de mis cuidados".
Cuando se organizó el sindicato de
metalúrgicos en Baracaldo, fue médico del sindicato. Y muchas veces hubo de
negar el certificado a algunos "accidentados", pues era
fácil comprobar que se habían "mancao"
_así decíamos_voluntariamente para cobrar y tomarse
vacaciones. Pero a los del sindicato, también les dijo: "Seguiré siendo vuestro médico mientras no tengáis dinero para
pagarme, pero tan pronto como vuestros ingresos os lo permitan, deberéis
conseguir un médico más joven".
La niña Pilar Mauleón, de Sestao, se
hirió en una pierna, y la herida se le gangrenó. Su madre, Mónica, la llevó
donde un médico que dictaminó: "Hay que
cortar la pierna". Y Mónica respondió: "¿Una hija mía coja?. Prefiero verla muerta". Después de lo
cual fue a ver a don José.
El tratamiento fue inventado por él:
un día sí y otro no, Mónica llevaba a su hija a Portugalete. Y don José vertía
agua hirviendo sobre la pierna de la niña: los pedazos de carne muerta se
desprendían hasta que no quedó ninguno. Es cierto que Pilar siempre cojeó un
poco, pero caminaba sobre sus dos piernas. Años después _ya había
fallecido don José_ Mónica y su hija tuvieron que acudir
a un médico de Bilbao, y al ver la pierna de la joven, éste exclamó: "¡Qué quemadura tan terrible!". "Fue gangrena, doctor". "¿Gangrena?
¡Imposible!". Y Mónica
relató la historia; el médico
bilbaíno se quedó pasmado.
Su hija Leticia contó, en una
oportunidad, que estaba convencida de haber sufrido poliomielitis, y que su
padre se la curó dándole baños muy calientes y masaje en brazos y torso, donde
sentía unos dolores atroces. Y manifestaba que se alegraba de ello, pues parece
ser que cuando se sufre poliomielitis y se salva uno, los descendientes se
encuentran inmunizados.
Don José no acostumbraba escribir
recetas. Las medicinas de patente de la actualidad no existían, y el buen
médico se las arreglaba para curar a sus pacientes. Llevaba muchos meses de
haber fallecido, y había ex pacientes suyos que venían a pedir a los hijos del
médico "un sobre que me daba don José” contra esto o
aquello... hasta que los sobres que habían quedado se agotaron.
Don José aprovechó bien los casi
cinco años que tuvo a su nieta para enseñarle no sólo esperanto sino muchas
cosas más. La niña conocía el arte antiguo de manera empírica. Un domingo por
la mañana salió don José con su nieta; no sólo estaba la plaza llena de
aldeanas con sus productos a la venta sino que había un poco de todo. Una mujer
sin brazos, sentada en el suelo junto a la estatua de don Víctor Chávarri, se
daba en espectáculo levantando cosas con los dedos de los pies y desplegando
actividades inauditas. Don José preguntó a la niña: "¿Sabes quién es?". Imperturbable, Leonorcita
respondió: "Sí. La Venus de Milo".
Cuando sus hijos eran todavía
pequeños, solía ser costumbre de don José salir con ellos el día primero de
enero para ir a nadar junto al muelle que une Portugalete con Santurce, bajando
unas escaleras para llegar al agua. Desde luego, Vizcaya no está en el Polo
Norte, pero brrrr ¡qué frío!
Un mausoleo fue erigido en 1929 en
el cementerio civil de Portugalete, por suscripción popular, para guardar los
restos de don José. En 1985 se introdujeron en él las cenizas de su hija
Leticia. El terreno en que se yergue el mausoleo es propiedad Conde-Pelayo
hasta el año de 2028.
No volvió don José a su pueblo
natal, la Vega de Pas, más que una vez, pero no para residir sino para vender
la casa de la familia.
Desde que llegó a Portugalete se
entregó a la gente del pueblo y de sus alrededores, para cuidarla en su salud y
enseñarle, mediante conferencias o charlas improvisadas, algo de esa cultura
general de que tan gravemente carecía el pueblo entonces, con su gran
proporción de analfabetos.
Nunca pensó don José en abandonar
Portugalete. ¿Tendría malos recuerdos del pueblo de su niñez, la Vega de Pas?
El caso es que en 1904 vendió la
casa en que había nacido, una casa que se Placa de la
calle dedicada actualmente en Portugalete al doctor Juan José Conde-Pelayo. puede ver en la
plaza del pueblo y que todavía ostenta el escudo de los Conde-Pelayo con su
ortografía antigua. Ya había fallecido para entonces doña María, y ella no
habría consentido en que se vendiera la casona familiar... en 800 pesetas.
Más arriba del Cristo, una pequeña
plaza rodeada de edificios modernos, lleva el nombre de Conde-Pelayo, y muchos
portugalujos de hoy se preguntarán quién fue. Ojalá se reuniera documentación
suficiente para enseñar al pueblo qué hombres ilustres tuvo, aunque modestos, y
se publicara un pequeño libro con sus biografías: doña María Díaz de Haro, don
Víctor Chávarri, el alcalde Salcedo, el Dr. Conde-Pelayo y muchos más de los
que ya ha olvidado el nombre el ciudadano de hoy.
III - LOS URRAZA
Doña María Urraza Larrocea, esposa
de don Juan José Conde-Pelayo, era hija de un zapatero, Gervasio Urraza
Aspiazu.
Esta familia era portugaluja desde
que tenía memoria. Durante la guerra carlista, Gervasio tuvo que alojar
soldados en su casa, y mantuvo a sus hijas encerradas en el camarote por miedo
a lo que pudieran hacerles. Su esposa se llamaba Josefa Larrocea Arnótegui y,
para ayudarse, recibía huéspedes en su casa. Así fue como albergó al joven
médico cuando éste llegó a Portugalete, antes de que se casara con su hija
María Francisca y pusiera casa.
Al final de sus vidas, los suegros
vivieron en casa de su yerno, en la calle Salcedo, 2, 2° izquierda,
donde fallecieron, ella primero, Gervasio después. Pero sus últimos años,
después de haber perdido a su hija, los pasaron rodeados de sus nietos:
Volney, Angel, Leticia, Zaida _que también iba a fallecer_ y Delfina.
Familia de la vieja cepa vizcaina,
los Urraza. Y un apellido que se encuentra también en México, donde inclusive
hay una calle de "Angel Urraza", quien dejó un
excelente recuerdo en personas que lo conocieron.
Además de María, sus otras hijas fueron Concha _madre de
Esteban Bilbao, que radicó en la República Argentina_ y Caya, que
tuvo dos hijas.
IV - LA SEGUNDA
GENERACION DE CONDE-PELAYOS
EN PORTUGALETE
Don Juan José y doña María Francisca
tuvieron la pena de perder a su primer hijo, Uriel. Una hija, Zoraida, también
se les murió de pequeña. Llegó Volney, después Angel y, por fin, Leticia, a
quien pusieron ese nombre por la palabra latina que significa alegría y que
todavía no se había generalizado tanto, en todo caso no después de Laetitia
Ramolino, madre de Napoleón Bonaparte.
Siguieron Zaida, que perdió la vida
a consecuencia de una terrible travesura, y Delfina, que acabó metiéndose
monja.
Volney
Conde-Pelayo Urraza
Nació el 20 de junio de 1889, en
Portugalete; falleció en Bilbao, el 15 de noviembre de 1972.
Como su hermana Zoraida había
fallecido poco antes de nacer Volney, éste fue mal aceptado por su madre,
desesperada. Pero como vinieron más hermanos, doña María acabó por resignarse.
Volney era reflexivo, callado y
tímido. Estudió bachillerato, pero en vísperas de presentar examen, se acobardó
y se fugó de casa para irse a América. No se iba solo sino con el hijo de una
ama de cura; como el muchacho dejó una carta a su madre, no tardó la policía en
alcanzar a los dos prófugos, antes de que zarpara el barco en que pensaban
viajar de polizones. Y Volney volvió a casa, pero nunca presentó el examen.
Cuando llegó la hora del servicio
militar, don José pagó para que no fuera, ya que entonces así funcionaba el
sistema del reclutamiento. Es decir, que Volney perdió dos oportunidades de
conocer la vida fuera del microcosmos que era Portugalete.
Después de fallecer don José, Volney
se presentó a oposiciones para bibliotecario de la biblioteca Miguel de Unamuno, en Bilbao. Sacó la más alta calificación, pero otorgaron
el puesto al segundo. Evidentemente, por política.
Pero esta vez los Conde-Pelayo no
cedieron y el asunto llegó hasta el Tribunal Supremo, en Madrid, que dictaminó
que el puesto sería para Volney. Iba Volney a Madrid, precisamente por ese
asunto, cuando lo detuvieron en el tren... "porque
iba a Madrid a matar al rey". Bien sabían los militares que no
era cierto, pues la familia Conde-Pelayo, aun cuando republicana, era enemiga
de la violencia: ni la fomentaba ni la practicaba.
En una mazmorra de la cárcel _que no en una
celda_, se presentaron dizque para interrogarle, pero al oírles decir: "Ahora vamos a ver quién es hombre aquí", Volney
comprendió lo que lo esperaba y, tratando de suicidarse, se precipitó de cabeza
contra el muro, dándose golpes hasta perder el conocimiento.
Un poco asustados, lo llevaron a un
hospicio donde pasó la noche entera atado a un banco del patio, en pleno mes de
enero, en Madrid, con la cabeza cubierta de sangre. Después de hacerle sus
curaciones a la mañana siguiente, lo metieron en una celda acolchada para locos
furiosos.
Quiso la casualidad que un diputado republicano o
socialista anduviera por ese hospicio investigando, y al llegar a la celda en
cuestión, la monja le dijo, espantada: "Ahí está
un tipo peligrosísimo. Quería matar al Rey". Intrigado, el
diputado preguntó quién era: "Un tal
Conde-Pelayo". Como el apellido le sonara, exigió que lo dejaran
entrar en la celda. Allí estaba Volney;
el diputado se presentó y preguntó
si podía hacer algo por él. "Sí, avise a los Salmerón que
estoy aquí". Y gracias a eso pudo ser liberado.
Cuando volvió a Portugalete, se
había vuelto más introvertido aún, más tímido y más callado. Pero ocupó
finalmente la biblioteca Miguel de Unamuno de Bilbao, en
la calle Colón de Larreátegui, frente al cine Trueba.
Al leer las obras de Carlos Marx,
Volney se volvió marxista. Podemos decir que fue el mayor conocedor de Marx y
el marxismo en toda España. Artículos suyos salían más o menos en todos los
periódicos españoles, desde 1931... artículos que no cobraba, por supuesto,
siguiendo la tradición de su padre que tampoco cobraba las visitas.
Publicó en 1932 o 1933 un grueso
volumen, "Artículos Marxistas", que no fue un
éxito de ventas, pues solamente podía interesar a sociólogos o políticos, por
lo pesado del tema. Es
cierto que en 1968 los estudiantes
de Estados Unidos descubrieron a Marx... pero las condiciones habían cambiado
mucho, y ya sus presagios se habían vuelto obsoletos.
Volney había escrito versos de
juventud, entre ellos "La canción del proletario", a la que
Medardo Díez puso música. Pero cuando leyó que Carlos Marx había quemado todos
sus
poemas de juventud, también Volney
destruyó los suyos, y el citado sólo sobrevivió porque había sido publicado.
En 1917, durante la huelga, Volney y
su hermano Angel se habían escondido en una buhardilla de Bilbao. Desde allí
veían el patio de la cárcel de Larrínaga, y podían observar los simulacros de
fusilamiento para destrozar el ánimo de los presos. Se prometieron que en
el caso de ver a su padre en esa
situación, ambos se entregarían. Pero ¿por qué los perseguían? Porque se sabía
que la huelga iba a ser un intento de derrocar a la monarquía e imponer la
República... y todos los republicanos eran sospechosos.
Durante la guerra de España, cuando
cayó Vizcaya en 1937, Volney se fue hacia Asturias. En Oviedo lo detuvieron y
pasó años en un campo de concentración de Miranda de Ebro. ¿Por qué? Siempre lo
mismo.
Volney terminó sus días en el
hospital de Basurto. Su exigua pensión de funcionario jubilado y su mal estado
de salud justificaron que fuera internado.
Allí convivía con su hermana
Delfina, quien gozaba de una pensión del Colegio de Médicos, en honor a la
memoria de su padre.
Nunca dejó de escribir, pero ya no
de marxismo sino de historia, crónicas, antologías, biografías. Su máxima
ambición, en sus años terminales, era que su familia volviera a reunirse con
él. Pero nunca pudo lograrlo, y lo único que mantenía el vínculo familiar era
una abundante correspondencia que finalizó en 1972.
Angel
Conde-Pelayo Urraza
Nacido el 1° de octubre de
1891, falleció en Francia en 1967.
Fue un niño inquieto; cuando doña
María observó que estaba interesadísimo en la máquina de coser, sacó en
conclusión que debería hacerse sastre, y desde pequeño lo metió en la sastrería
de Onofre. En aquella época no había exámenes para determinar aptitudes
profesionales, como en la actualidad. En realidad, lo que interesaba al niño
era el funcionamiento de la máquina, y habría sido un excelente ingeniero. En
cambio, sólo fue un buen sastre pero sin entusiasmo.
Tendría Angel unos ocho años de edad
cuando cayó enfermo con difteria. Don José sabía que ya existía la curación en
Francia para tan terrible enfermedad, pero todavía no había llegado a los
médicos de Vizcaya. Sólo había dos caminos: dejar que el niño muriera asfixiado
o efectuar una traqueotomía. Doña María lloraba: "¡Ay Conde! Si fracasas dirán que has matado a tu hijo".
Pero don José no quería darse por
vencido sin luchar. Mandó al piso de arriba a los demás hijos y, con ayuda de
doña María y de un vecino, procedió a efectuar la traqueotomía, abriéndole la
garganta a Angel, introduciendo un tubo en el orificio y viendo cómo el niño
comenzaba a respirar sin obstáculos. La vecina del piso de arriba, con el oído
pegado al suelo, al dejar de oír los horribles estertores de la respiración del
enfermito, se levantó, exclamando: "Ha
muerto". Pero el niño vivió y siempre mostraba orgullosamente
la cicatriz que le había quedado de tan atrevida operación en la que su padre
le había infundido nueva vida.
Angel fue a la Argentina sin el
consentimiento de su padre, aunque sus hermanos sabían lo que iba a hacer y lo
ayudaron. No encontró campo abierto allí tampoco, y volvió a Portugalete. Por
algún tiempo estuvo trabajando de mecánico en un taller frente al
transbordador, y también fue chófer de don José Cotorruelo, que tenía una
fábrica de calzado en Bilbao.
Entre esto y aquello conoció a Juana
Cruz, original de la provincia de Salamanca, con quien se casó en 1927.
El primer hijo, Evelio, nació en
1929. Después nació Diana. Un niño que murió antes de cumplir dos años, Ulises,
nació en 1934.
Angel militó en el partido de
Izquierda Republicana. Al estallar la guerra de España, no combatió pues ya no
era lo suficientemente joven, pero ocupó varios puestos de responsabilidad en
la retaguardia. Al caer Vizcaya en 1937 consiguió enviar a su esposa y sus dos
hijos a Francia.
Tiempo después se reunió con ellos y
todos juntos fueron a Barcelona. Pero al empeorar la situación, envió a Diana y
Evelio a París, adonde su hermana Leticia. Y tuvieron en Barcelona una hijita,
Ceres.
Al caer finalmente el ejército
republicano, Angel, su esposa y su hijita emigraron a Francia; vivieron un
tiempo en Romorantin, y después de la ocupación de Francia por los alemanes, se
trasladaron a Chelles-sur-Marne donde su hermana Leticia los ayudó como pudo.
Otra hijita, Juno, completó la familia.
Se ha perdido su rastro, después de
su fallecimiento y el de su hermano Volney.
Leticia
Conde-Pelayo Urraza
Nacida el 12 de julio de 1892,
Leticia falleció en México el 10 de febrero de 1980, rodeada de su hija, sus
nietos Marie Irène y José Román, nieta política Guadalupe y su bisnieto Román.
La llegada de Leticia al mundo
devolvió la alegría a doña María. Era una madre severa y no vacilaba en aplicar
castigos corporales a aquellos diablejos que tenía por hijos.
Desgraciadamente, no había cumplido aún
los diez años Leticia cuando su madre falleció, falleció, y la niña quedó de ama de casa, aprovechando
los consejos que, a sabiendas de que iba a morir, le había dado su madre
durante sus últimas semanas de vida.
Leticia quiso aprender de todo: a
hacer encaje de bolillos, a coser y hacer vestidos preciosos, a hacer labores
de punto, a bordar a mano y a máquina; cocinaba, cuidaba a su padre, a su
abuelo Gervasio y atendía a sus hermanos, mayores que ella, y a sus hermanas
Zaida y Delfina, más pequeñas.
La casa de Conde-Pelayo era un
oasis. Allí llegaban parientes y amigos, comían, pasaban una temporada, se
marchaban y hasta la próxima. Y Leticia era el corazón palpitante de aquel
hogar, aún cuando frecuentemente sus amigas desaparecían para reunirse alrededor
de don José, que siempre tenía cosas interesantes que contar y enseñanzas que
difundir. Entre los amigos de Angel y Volney estaba José Tejada, Pepe, que
había empezado en la sastrería.
Confesando a Angel, en cierta
oportunidad, que lo único que le interesaba era la música, el amigo le aconsejó
que luchara por su afición, y así lo hizo, por lo que las reuniones en el piso
de Salcedo 2 solían ser también musicales.
Tendría Leticia 17 años cuando se
hizo novia de Pepe; un noviazgo que duró siete años, hasta que una tía del
novio tomó las cosas en mano: "Pepe
mantiene a su familia, tú, Leti, llevas la casa de tu padre. Tenéis que casaros
o quedaréis ambos solterones". Y se casaron.
Don José quería mucho a Pepe, y Pepe
a don José. El médico los había traído al mundo, a él y a sus hermanos.
Una vez casada Leticia, quedó
Delfina a cargo de la casa, pero no tenía la menor predisposición, de manera
que muy pronto Leticia se encontró viajando en el tren de Portugalete a Bilbao
entre su marido y su padre, para ocuparse de todos a un mismo tiempo. Con el
nacimiento de una hija en 1917, la vida de Leticia siguió complicándose un poco
más.
En 1922, al fallecer don José, con
Angel y Volney sin trabajo, Delfina tocando el piano y escribiendo versos
malos, Leticia empezó a buscar la manera de conseguir dinero, pues Pepe no
podía mantenerlos a todos. Entonces, aprovechando la amplitud del piso, tomó
huéspedes de pago.
Cuando Volney empezó a trabajar en
la biblioteca, se fueron todos a vivir a Bilbao, donde la crisis de alojamiento
era tremenda, pero no quitaron el piso de Portugalete: se encerraban allí
demasiados recuerdos.
Por primera vez Leticia empezó a
llevar una vida normal. Poco le duró. Perdió a su marido en 1927.
Desesperada, con poca ayuda de parte
de Volney con quien había vuelto a Portugalete, pues Angel estaba casado y
vivía por su cuenta, decidió salir de España y llevar a su hija a estudiar a
Francia.
El 27 de octubre de 1927 llegaban a
París, donde Leticia aprovechó sus conocimientos de costura para sobrevivir.
Leonor ingresó en un colegio hasta
que, en 1933, volvió a vivir con su madre, después de un par de meses pasados
en Portugalete, durante las vacaciones.
La mayor alegría la tuvo Leticia en
París, al enterarse de que la República había sido proclamada en España el 14
de abril de 1931.
La primera carta de Volney, después
de proclamada la República, anunciaba: "Ondea en
el Ayuntamiento la bandera republicana bordada por Leticia en 1917".
En efecto, en 1917, cuando se creía
próxima la proclamación de la República, Leticia _inspirada en la
gesta de Mariana Pineda un siglo antes_ había bordado
una bandera tricolor: rojo, amarillo y morado; quién sabe dónde habría quedado
aquella bandera o quién la habría conservado. El hecho era que en 1917, la
familia Conde-Pelayo había tomado parte activa en la preparación de la "huelga general". Como los republicanos sabían que
los esperaba una lucha despiadada, trataron de obtener armas por todos los
medios. Acompañada de un señor que era simpatizante pero no "significado", Leticia, embarazada, se fue en
tren a Eibar. El
santo y seña para la huelga era: "Cosas veredes". El acompañante de Leticia no sabía
lo que significaba, y cuando llegó a la fábrica de armas se presentó y dijo al
dueño: "Tengo que decir algo así como cosas verdes", y el dueño, muerto de risa, contestó: "Sí, hombre, sí, pase"; y le llenó la maleta de pistolas.
Al regresar, una pareja de la
Guardia Civil se sentó al lado de ellos en el tren, y Leticia puso la maleta
entre ella y un guardia, como asegurándose de que la cuidaría. Y pronto se vio
que no habría huelga porque el Gobierno, sin saber muy bien cómo iba a ser la
cosa, suspendió la publicación de todos los periódicos de España. Sólo unos
pocos, conocidos por monárquicos y reaccionarios, se publicaron esos días.
Pero uno de ellos sacó un texto
encuadrado, en letras grandes, que decía más o menos: "Hoy no salen los periódicos de España. Cosas Veredes...". Y por ser conocido el diario por lo que era, nadie
se dio por enterado.
En unos cuantos días, todas las
armas fueron devueltas al piso de Salcedo 2, por miedo; Leticia tuvo que
esconderlas. Tan bien lo hizo, que cuando llegó un oficial con soldados a
registrar la casa, pues se había dado el chivatazo, no encontraron nada... y
eso que había armas y, además, una lista de nombres de los que tomarían el
gobierno de la Villa al estallar la huelga.
Aquellos nombres habían estado
copiados del puño y letra de un tal Micieces, quien exigió saber dónde estaba
escondida la lista. Leticia le dijo que en el marco del retrato de don José.
Pero cuando Pepe se enteró: "Es demasiada gente", declaró; sacó
la lista del escondrijo, fue a la cocina, vació el tarro de la sal, metió
dentro la lista y la cubrió con la sal. Curiosamente, lo primero que hicieron
los militares al registrar la casa fue levantar todos los retratos y buscar
dentro de los marcos.
La pena más grande que sufrió
Leticia, aparte la pérdida de sus amados padre y esposo, fue el 18 de julio de
1936, al estallar la guerra de España.
En París, por nombramiento del
embajador Luis Araquistáin, trabajó en la "Casa de
España", de la Rue de la Pompe, adonde enviaban a los niños
refugiados. Médicos españoles y algunos heridos de guerra también pasaron
temporadas en ese refugio, que cerró sus puertas poco después de perdida la
guerra por los republicanos.
El 10 de junio de 1940 entraron en
París los alemanes. Leticia y su hija no habían abandonado la capital que tanto
amaban, y sufrieron estoicamente las miserias que una ocupación extranjera
impuso a Francia. Y pasaron aquellos años aciagos.
En 1948 Leticia se trasladaría a
Guatemala con su hija y sus dos nietos, hasta que en 1961 la familia llegó a
México.
La vida activa de Leticia había
terminado; ahora era la matriarca, y su casa empezó nuevamente a ser lo que
había sido la de Conde-Pelayo, con visitas constantes de alumnos y alumnas de
su hija, y compañeros universitarios de sus nietos.
El 10 de febrero de 1980, a las 6 de la mañana, se
apagó dulcemente mientras dormía.
Delfina Conde-Pelayo Urraza
Alumna de Braulio Zabarte, nunca
llegó a ser concertista, ni siquiera una buena pianista. Se levantaba de la
cama y se ponía a tocar el piano. De carácter algo díscolo, siempre en
contradicción con el resto de la familia, esperó un par de meses después de la
muerte de don José para marcharse de casa sin avisar, convertirse a la religión
católica y, finalmente, hacerse monja.
Delfina murió en Portugalete, pocos
años después de que falleciera Volney, su hermano mayor. Con el tiempo, los
lazos familiares habían vuelto a estrecharse y ambos hermanos envejecieron
juntos en el hospital de Basurto, borradas todas las diferencias.
Pero Delfina no llevó una vida
feliz. Los versos que escribió son algo ramplones, pues nunca tuvo una
inspiración de altos vuelos. Pero siempre fue una buena mujer, incapaz de hacer
daño a nadie, y siempre ayudó a quienes estaban en peores condiciones que ella,
tanto en España como durante su tiempo de refugiada en Berck, al norte de
Francia.
2 comentarios:
Hola,
llego a tu artículo buscando información sobre Esteban Bilbao. En tu artículo dices "sus otras hijas fueron Concha _madre de Esteban Bilbao, que radicó en la República Argentina_"¿Sabes en qué años? ¿Tienes más información sobre Esteban Bilbao, o puedes orientarme sobre dónde encontrarla? Me interesan especialmente los años 1934-1939.
Gracias
Arratsalde on!
Poseo una carta escrita y firmada por Volney Conde-Pelayo Urraza en el campo de concentración de Haro.
Si lo desea, puedo enviarle una copia.
Solo necesito una dirección electrónica.
Ondo izan,
Patxi
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