Hace unos días el suplemento cultural del diario El País
publicaba una entrevista al escritor portugalujo Santiago Lorenzo.
En la misma presentaba su último trabajo, una novela atípica
y audaz que ha sido muy bien acogida por la crítica especializada.
En la entrada de hoy y como es tradicional en este blog
siempre que algún portugalujo del mundo de la cultura realiza un nuevo trabajo,
acerco la entrevista publicada hace unos días en la que se hace un breve repaso
por la obra de este escritor portugalujo así como una breve sinopsis de su
último trabajo.
Al final de estas líneas aparece el enlace de donde está
tomada esta entrevista para todos aquellos que quieran leerla en formato
original, respetando la fuente de procedencia, el autor y el medio original de
donde está tomada, algo que es norma en
este blog.
Espero que la entrevista guste y hasta la próxima.
“La literatura te permite sacar a los feos”
Santiago Lorenzo proclama el
triunfo de lo no-aburrido. Pero advierte que a los que les divierte Esperanza
Aguirre no va a gustarles él. Un diálogo con Kiko Amat.
Santiago Lorenzo (Portugalete,
1964) es uno de los autores más audaces de la literatura española, y también el
menos pelma. Su mundo parece surgir de la genuina ansia de entretener
(enseñando), mediante humor triste, pathos y una celebrable mala baba. Sus
lecturas son blasones: los Plinios de García Pavón, Ayala, el Valle-Inclán de
Los cuernos de Don Friolera, el Miau de Galdós, Azcona, Jardiel, Mihura. Sus
protagonistas son pobres, feos y precarios, gente dañada que trata de no
hundirse en esta ciénaga llamada mundo. Lorenzo ha firmado películas como Mamá
es boba o Un buen día lo tiene cualquiera, juguetes imposibles y tres novelas.
Conversamos con él a raíz de Las ganas (Blackie Books), otro puro triunfo de lo
no-aburrido.
PREGUNTA. “Benito, de guapo tenía
poco”, afirmas en Las ganas. Yo siempre pienso en la injusticia de la fealdad.
Los Sírex se equivocaron: ¿Que se mueran los feos? ¡Que se mueran los guapos,
leñe!
RESPUESTA. Se dice que se liga
con cualquier cosa menos con la cara. Yo he tenido novias que me han hecho muy
feliz, y que eran más feas que una Virgen gótica. Y te voy a decir algo muy
español: también he salido con tías tremendas que eran un coñazo [ríe]. Lo que
te permite la literatura, al contrario que el cine, es sacar a feos. Tú llegas
con un feo al cine y, a no ser que produzcas tú, te dirán que ni hablar.
Recuerdo el casting de Mamá es boba, donde yo quería una pareja de gente
normal. Es decir, fea. Porque por lo común somos más feos que guapos [ríe]. Por
aquellos días iba a producirla otro y aparecieron unas chicas muy feas. Una de
ellas [se pone muy serio] no cabía en la silla. Y el productor, con un hilillo
de voz, me preguntó: “Luego vienen más, ¿no?”.
P. Tus dos anteriores novelas son
celebraciones del desgraciao. En negocios, en amores, en suerte… Las ganas
vuelven a ello.
R. Pues sí, Benito es un
desgraciao. Vamos, como la gente con la que me junto [carcajada]. La primera
vez que hablé con una tía yo tenía 16 años. Ya me estaba preocupando, porque
habían pasado los 14, los 15, y la gente del colegio ya iba con chicas… Me
estaba quedando atrás. Y un día, en la punta del faro de Portugalete, mi
pueblo, le pregunté a una chica si tenía fuego. Y nos pasamos la mañana
hablando. A la semana le pregunté si quería salir conmigo y me dijo que no. Por
teléfono. Claro, eso es un poco loser. Uno tiene biografía para eso y más.
P. Esos morrones son necesarios.
Lo dices en Las ganas: “Los trastazos están muy bien”.
R. Yo siempre me acuerdo de La
gran evasión. Hacen una comedia partiendo de una situación horrorosamente
chunga. La película no acaba nada bien (solo sobreviven tres), pero incluso
así, Richard Attenborough dice, antes de morir: “Nunca he sido tan feliz” [se
emociona]. Yo tengo un amigo que, por una serie de circunstancias, ha eliminado
todos los problemas de su vida. Y lo tiene todo en orden, todo bien colocadito.
Pero el tío nota que necesita problemas. Y, de repente, le da con que los
vecinos meten ruido. Y nada, silencio total. El hombre está incapacitado para
vivir en perfecta horizontalidad.
P. Tropezar es inevitable. Al
menos, vamos a tomarlo con humor.
R. Es triste, pero creo que la
capacidad para reírse de los propios tropezones es una cuestión electroquímica.
Es como la guapura: hay gente a quien le pasa y gente a quien no le pasa. Debe
de ser que viene por aquí [se señala la sien] un conducto y se obtura antes o
se obtura después. Gracias, Dios, pues ya que no nos diste belleza, que al
menos estemos en el grupo de los que segregamos ese fotón en medio del
occipital.
P. En Las ganas te ciscas en los
padres de Benito y Teresa. Pero uno siempre hereda algo de código genético
paterno.
R. Los padres de un amigo mío
debieron de ser los primeros que se divorciaron en el año 1981. Estaban allí a
las ocho de la mañana del día en que aprobaron la ley [carcajadas]. Y él me
dijo una cosa terrible: “Yo me di cuenta muy pronto de que mis padres no me
habían hecho falta para nada”. Me pareció un poco triste, pero en cierto modo
es así. Sientes tristeza por eso, pero lo compartes.
P. La última vez que hablamos
surgió un género ideal para las novelas que molan: no-aburrido.
R. Las películas aburridas son
aún peor. Y eso que duran menos… Por otra parte, hay gente que dirá también que
lo mío es aburrido de la hostia. Gente que dice: “Si ya lo sé, pero es que
tiene una gracia…”, y está hablando de Esperanza Aguirre. Pues a esa gente
espero resultarle aburrido. Porque si divierto a ese, voy fatal.
Jordi Costa
Químico, inventor de una eficaz
sustancia para la regeneración de la madera, Benito, protagonista de la tercera
novela de Santiago Lorenzo, vive sumido en el infierno de la espera: la del
acuerdo comercial con una compañía de Bristol que le exige exclusividad en la
gestión de su hallazgo, y, también, la del alivio de esos apetitos lúbricos
acumulados tras tres años de forzada abstinencia. “A esta angustia frustrante y
callejera, Benito la llamaba el tremedal”, escribe Lorenzo. “El tremedal era la
congoja de ir por la ciudad muerto de ganas, perplejo ante la belleza de miles
de rostros y miles de miembros con los que no tendría jamás la más mínima
posibilidad de porlar. Porque también al acto sexual le había cambiado el
nombre. Su repelús a decir follar era la manifestación transverbal del
desconcierto en que le sumía el significado que el significante proscrito
denotaba”. En Las ganas, la deformación del lenguaje es una coraza contra la
intemperie vital. Sus personajes habitan un mundo minúsculo, recubierto de
asquito (“ese repelús por lo viejo, por lo usado, por lo manoseado y por lo
diríase que chupado”), y sobreviven manejando códigos privados de comunicación,
que no son sino la reducción al absurdo (verbal) de esas pequeñas complicidades
que permiten capear la hostilidad de la vida. Su manejo del lenguaje parece
reflejar a escala el del propio Lorenzo, que ha pasado de ser uno de los
malditos del cine español a mutar en novelista de culto a través de la sabia
destilación, en minucioso estilo literario, de lo que siempre fue su mundo
propio. Comedia romántica y melancólica sobre el horror de la domesticidad, Las
ganas es tierna, hilarante, tremenda y humanísima: una nueva entrega en esta
comedia humana que, pieza a pieza, va construyendo el autor con perseverancia
de miniaturista obsesivo.
Las ganas. Santiago Lorenzo.
Blackie Books. Barcelona, 2015. 228 páginas. 19 euros.
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